Víctor Gómez Pin
"Cuando, para recorrer las arterias de la ciudad subterránea, nos embarcamos en las olas negras de nuestra propia sangre, como en un río del olvido interior y de sextuplicados repliegues, entonces tremendas imágenes solemnes se muestran a nosotros, nos interpelan y nos abandonan fundidos en lágrimas." (A la Recherche du Temps perdu, La Pléiade 1989, III, 157)
Aludía en un texto anterior a la observación de Marcel Proust relativa a la ausencia de garantía de que el ser que se sumerge en ese letos interior que es el sueño se reencuentre siendo el mismo al despertar. E indicaba que esta preocupación por las condiciones de posibilidad del mantenimiento de la identidad no es exclusiva de las disciplinas literarias o de la reflexión psiquiátrico-psicoanalítica. Señalaba así que cabe reencontrarla en el seno de una ascética disciplina científica, concretamente en la teoría llamada de los múltiples mundos (Many-Worlds interpretation), con la que algunos físicos y filósofos de la física intentan ofrecer una alternativa a la versión filosófica digamos canónica de la Mecánica Cuántica.
Uno de mis antiguos alumnos, un tiempo becario en Alemania, me contaba que asistió en Berlin a un sesudo debate sobre las diferentes teorías que se disputan el espacio hermenéutico de las descripciones y previsiones (en general fuera de toda racional duda) de tan importante disciplina como es la Mecánica Cuántica, y que cuando llegó el turno de la interpretación Many-Worlds había en el ambiente como una sonrisa de cómplice escepticismo. Lo curioso es que tal escepticismo no podría de manera alguna ser provocado por el formato de la presentación, pues este no es sino el único hoy pertinente en física, es decir, casi exhaustivamente matematizado y concretamente vinculado a lo que se denomina formalismo matemático de la Mecánica Cuántica, formalismo al que no se hace objeción mas que en un punto, aunque ciertamente central, un postulado cuya aceptación… es quizás mucho más peliaguda para la razón filosófica clásica que la aceptación de los múltiples mundos (postulado sobre el que habrá ocasión de volver).
Estoy simplemente sugiriendo que lo que desconcierta y provoca resistencias en la teoría de los múltiples mundos no es tanto el soporte en el que se basa y la racionalidad de la propia teoría, como el carácter barroco de los corolarios que de ella se infieren. Por decirlo llanamente: la Many-Worlds Interpretation quiere salvarnos de males filosóficos que cabe considerar mayores, obligándonos a asumir consecuencias que repugnan menos a nuestra razón que a nuestras creencias. Por decirlo aun más llanamente: que no haya más mundo físico que el que hay es algo que no inferimos racionalmente a partir de premisas fundadas, sino que aceptamos desde el principio, algo que constituye un axioma en el sentido griego (tiene pues para nosotros la dignidad de lo incondicionado) o mejor aun, una creencia en el sentido de Ortega, es decir: no una idea contingente que nosotros poseemos, pero que podríamos no poseer, sino una idea que nosotros somos, una idea constitutiva.
De ahí la dificultad, sino la imposibilidad, de ir más allá del respeto a la estricta formalización matemática; dificultad para abandonar la lectura o la conferencia sobre la Many-Worlds Interpretation dispuestos psicológicamente a extraer los corolarios prácticos de la teoría. De ahí que- de hecho- sigamos comulgando con las versiones Standard de una disciplina científica clave en nuestro mundo (¡no en un inexistente otro!), por mucho que estas versiones fuercen a nuestra razón a casarse con algunos de sus enemigos. Pues la razón pesa desde luego menos que la convención absoluta o incondicionada.
Y cabe conjeturar que la convicción de que sólo se da un mundo, tiene base en la convicción de que hay un solo principio rector absoluto (es decir fuente de leyes y por ende no sometido a las mismas). Para excluir la existencia de una pluralidad de tales principios rectores (cada uno de los cuales debería tener su propio horizonte de gobernación) Aristóteles cita los versos siguientes de Homero (Ilíada, II, V 204), ciertamente cargados de resonancias: "No es buena la dirección de muchos; ¡un solo conductor! (oùk àgathòn polukoiraníe; eîs koíranos) "