Víctor Gómez Pin
"Expuestos sobre este silencio que nada de ellos absorbía, los ruidos más alejados, provenientes de jardines situados en el otro extremo de la ciudad, se percibían con tan matizado detalle que parecían producir efecto de lejanía tan sólo en razón del pianissimo, como esos motivos en sordina tan bien ejecutados por la orquesta del Conservatoire que, sin que se pierda nota alguna, parecen venir de un lugar alejado de la sala, atento el oído de todos los abonados, como si hubieran escuchado el lento avance de un ejército, que aun no habría doblado la calle Trévise".
("Exposés sur ce silence qui n’ en absorbait rien, les bruits les plus éloignés, ceux qui devaient venir de jardins situés à l’autre bout de la ville, se percevaient détaillés avec un tel «fini » qu’ils semblaient ne devoir cet effet de lointain qu’à leur pianissimo, comme ces motifs en sourdine si bien exécutés par l’orchestre du Conservatoire que, quoiqu’on ne perde pas une note, on croit les entendre cependant loin de la salle de concert et que tous les vieux abonnés tendaient l’oreille comme s’ils avaient écouté les progrès lointains d’une armée en marche qui n’aurait pas encore tourné la rue de Trévise".)
El Narrador nos describe una peripecia de su infancia, en la que habiendo tomado, contra la voluntad de sus padres, la decisión de abandonar en la noche su cama, sentado al pie de ésta, tras abrir las ventanas, percibe un paisaje tan estático, que se diría temeroso de perturbar un esplendoroso claro de luna que, otorgando a cada cosa un reflejo más substancial en apariencia que la cosa misma, lo ampliaba como si se tratara de un plano que se despliega. Sólo un tenue movimiento de hojas, perfectamente circunscrito, como ejecutado minuciosa y delicadamente por algún demiurgo cuidadoso de que el silencio no fuera interrumpido sino matizado y enriquecido. Es sobre este fondo de silencio concreto que se destacan los sonidos musicales de la ciudad que el Narrador describe.
A diferencia de lo que ocurre en el complejo código de señales de las abejas, los signos emitidos por la voz humana significan aun en la oscuridad, pero nunca en el silencio. La voz no viene a quebrar un vacío acústico (imposible de hecho mientras no se de el vacío puro y simple, mientras persista la naturaleza) sino a sobre-determinar un trasfondo sonoro abierto a todas las potencialidades, un trasfondo sonoro inherente a la pura materialidad, a la naturaleza elemental.
Cuando la voz incide, la naturaleza deja de ser lo absoluto, la naturaleza encuentra un polo que, además de relativizarla, le da nombre y, con ello, de alguna manera la erige en naturaleza. Sobre el fondo sonoro de la naturaleza llega, en la descripción del Narrador, el rumor procedente de esos jardines ubicados al otro lado de la villa. Combray es en ese momento el auditorio ancestral donde la percepción de un susurro es imagen de un ensanchamiento del espacio, a la par que parecerían tan cercanas mutuamente las voces de campesinos que se hablarían desde colinas simétricas separadas por la Vivonne.