Víctor Gómez Pin
Si la filosofía tiene pretensiones de universalidad, si se aspira a la "filosofía como educadora de la humanidad" (título general de un congreso de filósofos del mundo entero celebrado hace ocho años en Boston), entonces es imprescindible preguntarse por qué la filosofía se halla tan lastimeramente ausente en la educación básica y en la formación general de los ciudadanos. Aristóteles pretendía que la disposición filosófica era la propia de los hombres libres. Mas entonces, la ausencia de tal disposición en la inmensa mayoría de los ciudadanos constituye un índice de la ausencia de libertad efectiva. Educar a la humanidad a través de la filosofía equivaldría a fertilizar en cada ser humano el conjunto de las potencialidades que como ser de razón la caracterizan frente a las demás especies animales, equivaldría simplemente a ayudarle a realizar su humanidad.
En esta perspectiva, replantearse hoy el problema de la filosofía implica por describir (¡y denunciar!) las condiciones sociales que hacen que para la inmensa mayoría de la población decir que la filosofía les concierne suena meramente a sarcasmo. El asunto es tan claro como esto: la única posibilidad de que la filosofía deje de ser una práctica reducida a una élite intelectual (mayormente ubicada en los países llamados de occidente), la única forma de que cada ser humano sea educado en familiaridad con las interrogaciones filosóficas que le conciernen es que previamente se establezcan las bases sociales para ello.
Lo que precede está formulado precisamente desde la filosofía, lo cual implica que la filosofía es intrínsicamente militante, llama a la subversión de todo orden social no legitimador como mero corolario de reivindicarse a sí misma. Mas precisamente porque toda lengua es salva veritate intercambiable con toda otra a la hora de expresar determinaciones conceptuales, precisamente porque toda lengua (y a través de ella todo país donde tal lengua se hable) ha de enriquecerse con las interrogaciones universales de la filosofía, desconfío radicalmente de la idea de una filosofía que tuviera características nacionales, incluso características vinculadas a una lengua. La idea de una filosofía de alguna manera patriótica, como la de una filosofía popular, pervierte en sí misma el concepto de filosofía. La filosofía puede servir a un pueblo (contribuyendo a esa educación cabal a la que antes me refería) y puede recoger los valores de una patria universal (la Francia de la Revolución simplemente), pero sólo lo hará permaneciendo fiel a sí misma, siendo cabalmente filosofía.