Víctor Gómez Pin
El lector se sorprenderá quizás al saber que las líneas que siguen no fueron escritas por alguien simétrico de los voceros de la hedionda patriotería falangista, sino por alguien cuya memoria está asociada en nuestro país a la causa de la libertad…y que lo fue efectivamente, excepto en estrofas como éstas y en la pulsión general que le motivaba al escribirlas:
"Nosotros levantados contra los invasores/Godos, árabes, romanos que escupimos afuera, / Y contra esos mestizos de moros/ Y latinos llamados españoles"
"Chabacano Madrid, gusanera española /Yo eusko-íbero te escupo…/En nombre de la vida, libre, abierta activa,/ La vida del íbero, la vida de los vascos,/ La vida de verdad"
"Una es la verdad de Iberia; vario el Carnaval de España/Los disfraces, los pingajos, la Dignidad con piojos"
No traigo aquí estos versos para poner en entredicho el valor general de la obra, ni la radicalidad del compromiso de este autor. Se trata, ni más ni menos de alguien que recordó a una generación que la palabra veraz, cristalizada paradigmáticamente en forma de poesía, lejos de ser contingente ornato ("bello producto") propio de vidas marcadas por el ocio, es "lo más necesario", tiene en el pueblo su único depositario legítimo, y así es intrínsicamente "un arma" contra la brutalidad, la indigencia y la mentira:
"Tal es mi poesía: poesía-herramienta
a la vez que latido de lo unánime y ciego.
Tal es, arma cargada de futuro expansivo
con que te apunto al pecho.
No es una poesía gota a gota pensada.
No es un bello producto. No es un fruto perfecto.
Es algo como el aire que todos respiramos
y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.
Son palabras que todos repetimos sintiendo
como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.
Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos."
Y no obstante, la misma técnica ("me siento un ingeniero del verso y un obrero") que servía la causa del imperativo moral de resistencia ante la ofensa, que clamaba por la restauración de la dignidad de un país ("que trabaja con otros a España en sus aceros."), es instrumentalizada por el polo sombrío de la personalidad del escritor para ofender profundamente a esa misma España, cuyo nombre en otro momento reivindica.
Y así, en lugar de obra poética surge un sintomático testimonio del cúmulo de prejuicios, inercias, abandonos y construcciones imaginarias de la realidad que, desgraciadamente, configuran en cada uno de nosotros el ego que confundimos con la personalidad:
"Los vascos combatimos. Los vascos golpeamos/ levantando la vida/ Los vascos somos serios. Serio es nuestro trabajo/ Seria es nuestra alegría. / Los vascos somos hombres de verdad, no chorlitos/que hacen sus monerías. /¡Que los pájaros canten! ¡Que en el Sur los tartesos/ se tumben panza arriba/creyéndose de vuelta de todo, acariciando /una melancolía!/ Nosotros somos otros, nosotros poseemos/ ferozmente la vida/ Nuestros cantos terrenos son cantos de trabajo, /victoria y alegría/ Cantándome a mi mismo, canto a mi viejo pueblo/ y el rayo me ilumina"
Cuando hace muchos años una alumna de la universidad de Dijon me descubrió esta faceta de alguien que yo identificaba a lo más noble de la resistencia de los vascos ante la barbarie franquista, lo más desolador fue pensar en el insoportable complejo por el cual versos como los citados fueron entremezclados con cantos de resistencia y merecieron el silencio cómplice de tantos luchadores anti-franquistas, versos tan ofensivos para los vascos como pretendían serlo para los españoles:
Pues a fin de mostrar su compromiso con la causa de un pueblo vasco ofendido en la exigencia de libertad (como lo eran entonces todos los de España), pero además mutilado por la dictadura en el ejercicio de la lengua de la que recibe nombre, el autor procedía a una tan tópica como indecente valorización jerarquizante de ese mismo pueblo (por cierto, no en ese Euskera que da sentido al término Eusko que reivindica). Jerarquía sustentada en conformidad a los únicos criterios entonces (¡y por desgracia aun más ahora!) operativos a la hora de jerarquizar a los seres humanos, a saber: su mayor o menor adecuación a una sociedad en la que valor equivale a propiedad, decoro equivale a impresión de buen balance y virtud a ascesis en pos de la primera, mas la imprescindible astucia para producir efectivamente la segunda.
Uno de los aspectos más sorprendentes en el tratamiento de los personajes en La Recherche proustiana es la imposibilidad en la que el lector se encuentra de dar de ellos una entera y definitiva caracterización moral. Pues al igual que el tiempo da cuenta de los sentimientos (… en este mundo, en el que todo se gasta, todo perece, hay algo que cae en ruina, que se destruye aún más completamente, dejando todavía menos vestigios que la belleza: es el dolor –IV, 270) destruye asimismo las convicciones. De ahí que nos veamos a menudo obligados a rectificar los juicios que hemos realizado sobre los demás, ya se trate de los seres que nos rodea, ya se trate de aquellos que siendo personajes de ficción han llegado a formar parte de nuestra vida espiritual. Así, convencidos de la ignominia de una de las principales protagonistas del relato, Madame Verdurin, nos vemos sin embargo sorprendidos por el hecho de que se comporta generosamente y de manera totalmente anónima con uno de sus conocidos (al que por otra parte había muchas veces maltratado), víctima de la ruina. Por el contrario, pintado Robert de Saint Loup como el personaje más entero y generoso de la Recherche, el propio Narrador se sorprende al escuchar la ignominiosa conversación que mantiene con un subordinado. Una de las claves de la Recherche proustiana reside en la exploración exhaustiva de ese universo de larvas en el que el imperativo moral hace argamasa con la ignominia y la exigencia de dignidad con la complacencia en los propios excrementos. Habrá ocasión de retomar el asunto.