Víctor Gómez Pin
Nunca había sido más perceptible que ahora esa inversión de valores a la que vengo refiriéndome. Indicaba Rilke que todo ángel es terrible, y que apenas lo soportamos. Nunca pensé, cuando leía estos versos en mi adolescencia, que la cosa pudiera llegar a hacerse perceptible con tal nivel de acuidad. Los periódicos se hacen cotidiano eco de las miserias de nuestra condición y, día sí y otro también, nos ofrecen un deprimente espejo de la condición humana en forma de perversión de la palabra, degradación de los lazos políticos, villanía y, sobre todo, pavor incontrolado, incapacidad de enfrentarse a lo real y, en consecuencia sustitución de los verdaderos problemas por toda clase de falsas batallas. Los periódicos se constituyen así meramente en reflejo de la desoladora imagen que tenemos de nosotros mismos. Como no creemos en la capacidad de triunfar en algo realmente esencial, por ejemplo en la capacidad de superar el miedo paralizante ante la amenaza de la propia desaparición, mostramos como paradigma ético a quien se ha limitado a triunfar en un asunto contingente, y desde luego menor en comparación a lo que de verdad duele.
Sigo afortunadamente convencido de que cuando los seres humanos encontramos un espejo de entereza retorna en nosotros el respeto a la jerarquía de valores inmutable, aquella en la que el valiente nos da fuerza moral y el cobarde nos deprime, aquella en la que la fraternidad conmueve y la limosna ofende. Evocaré mañana, a este respecto, una noticia reciente.