Víctor Gómez Pin
Una persona amiga que se encontraba paseando por la bahía de Vladivostok entabló conversación con un hombre anciano que se entretenía pescando, quién al enterarse de que su interlocutor residía en España, exclamó con un gesto a la vez melancólico y decidido: "No pasarán".
En 1936, en la Vokzalnaya ploshade, plaza de Vladivostok que recibe su nombre de la estación término del ferrocarril transiberiano en ella ubicada, hubo una gran manifestación en apoyo de la República Española amenazada (entonces sólo amenazada) por el mal, una de las modalidades de eso que sólo los hombres son capaces de generar (pues el resto de los animales escapa a la polaridad misma bien-mal), y que en este caso tomaba la forma de intentar erigir un sistema político cuya máxima subjetiva de acción era desde el comienzo el abuso del débil (asunto en el cual el proyecto que anima a los insurrectos españoles está en las antípodas del proyecto que da pie a la Revolución de Octubre, por lo que resulta una ofensa que se homologue -como a veces impúdicamente se hace- la tragedia en la que desemboca la aventura de los soviets con la inmundicia que desde la raíz misma suponen los regímenes dictatoriales erigidos como reacción a la misma).
En esa misma plaza de la estación trans-siberiana se dirigió en 1920 a los obreros de Vladivostok el héroe popular de la guerra civil rusa Sergei Lazo, llamando a no entregar ese terruño oriental de Rusia que efectivamente, como había previsto, vendría a ser su tumba.Y cuando Vladivostok fue en 1922 liberado de los Guardias Blancos por el ejército popular, fue también en esta plaza dónde se celebró la victoria.