Víctor Gómez Pin
No creo que haya en el Corpus aristotélico un lugar en el que Aristóteles enuncie formalmente un principio de contigüidad, pero este se desprende directamente de su concepción del lugar (tópos), entendido como relación precisamente de contigüidad entre toda substancia física y la superficie de la substancia o substancias que necesariamente la envuelven
Esta concepción aristotélica del topos como superficie del cuerpo envolvente y su omniaplicabilidad como predicado de las entidades físicas, excluye la existencia del vacío, pues todo allí dónde se dé una substancia hay necesariamente otras substancias cuyas superficies envuelven exhaustivamente a la primera.
No sin pesar del propio Newton, la metafísica newtoniana ponía en entredicho el principio de contigüidad, al referirse a la gravitación como una acción a distancia, precisamente en un ámbito vacío. Y digo la metafísica de Newton porque su física hubiera podido perfectamente sortear ese escollo, limitándose efectivamente a inferir por inducción (pretendido ideal de la filosofía experimental según el propio Newton) sin añadir la conjetura de un marco a priori en el que los fenómenos gravitatorios tendrían lugar.
Ha de recordarse que Einstein defendía una posición epistemológica según la cual la eliminación del principio de contigüidad haría imposible la física, al menos en el sentido convencional del término. Y ello puede ser extendido a todos los demás principios ontológicos citados. Einstein se refiere a estos principios en sus libros llamados de divulgación, los cuales podrían perfectamente ser tildados de metafísicos pues lo esencial d los mismos es una reflexión sobre las implicaciones de su física, en un registro del que la física como disciplina particular puede perfectamente prescindir. Y un problema es que Einstein no cita sus fuentes, dando como por supuesto que todo el mundo sabe de lo que habla. Como indicaba estos principios y concretamente el de contigüidad remontan cuando mínimo a Aristóteles.