Víctor Gómez Pin
En el texto anterior esbozaba una respuesta a la interrogación de José Lazaro relativa a la diferencia entre las máximas subjetivas de acción a las que obedece nuestro comportamiento. Tengo intención de seguir con el asunto, presentando directamenrte lo que Kant dice al respecto. Sin embargo José Lazaro evocaba asimismo otros temas sobre los que quiero efectuar precisiones. Transcribo otro fragmento de su carta:
"Frente a lo que sería lúcido pensamiento original de un Marx o de un Freud, el uno corrompido por el estalinismo y el segundo caricaturizado por el dogmatismo psicoanalítico, situabas el cristianismo, el fascismo o ciertas formas de animalismo radical, que son en tu opinión ideologías alienadas desde su misma raíz originaria. Defiendes en los pensadores lúcidos su capacidad de reconciliarnos con la fragilidad trágica de nuestra finitud. Deploras en los profetas oscurantistas la irracionalidad con que tratan de encubrir nuestra condición mediante ilusiones tan absurdas como utópicas.
Como te decía yo no consigo ver, querido Víctor, esa diferencia ontológica entre la esencia de los unos y los otros. Descubro (desde mi propia, pobre, perspectiva, claro está) lucidez y disparates, aciertos e ingenuidades, luces y sombras, en diferente grado y en diversos aspectos, tanto en Marx como en Freud, en Jesús de Nazareth, José Antonio Primo de Rivera o Peter Singer. En todos ellos encuentro aportaciones válidas para comprender la realidad y distorsiones de sus miradas sobre el mundo, agudeza al clarificar algunos de nuestros secretos y ceguera incomprensible al ignorar otros. En todos ellos encuentro (en muy distintas dosis y diversos registros) elementos de nobleza admirable junto a otros de ingenuidad deplorable"
Me limito hoy a hacer alguna matización respecto a mi actitud ante el cristianismo.
No tengo en modo alguno particular manía a esta religión (más bien a aquellas otras que, teniendo sus mismas lacras, no conducen sin embargo a la erección de catedrales). En alguna ocasión incluso he llegado a decir que me encuentro mucho más cercano a un Pascal o a un Peguy que a un "progresista" sentimental que vive en un mundo objetivamente brutal y alienante, pero que se siente reconciliado por el farisaico sentimiento de estar del lado de los buenos, de tener sentimientos compasivos, de "no ser como ese", que decía el fariseo señalando al publicano.
Lo que puede separar a alguien que apuesta por la potencialidad redentora que encerraría el lenguaje humano del Pari, la apuesta, de Pascal es de alguna manera el pretexto que en Pascal tal apuesta encuentra para manifestarse, la representación, la puesta en escena, coincidente con el relato evangélico o la figura del Crucificado. Si se hace abstracción de esta narración contingente, queda el hecho de que un ser finito y determinado por los procesos que marcan el destino de un ser finito, se afirme a sí mismo como irreducible a tal destino (destino que unos ven como resultado de la entropía y que otros infieren mediante mecanismos lógicos, sin contar la singularísima vía- casi un diferente mecanismo del decir– por la cual la tesis de nuestra esencial finitud se afirma en Heiddeger).
En el caso de Pascal, como en el de Peguy la apuesta se halla en las antípodas de un timorato refugio en la sinrazón. Pues no se trata de salvar la individualidad, sino por el contrario de fundirla en lo que constituye su esencia, siendo casi lo de menos que a tal esencia se dé el nombre de Dios. A tal respecto cabe evocar al Narrador de la Recherche proustiana cuando nos dice que "lo que une no es la comunidad de las opiniones, sino la consanguinidad de los espíritus". Como en múltiples lugares tuve ocasión de decir, no es en absoluto necesario comulgar con dogma irracional alguno para hacer propia la tesis de que efectivamente "en el principio está el verbo". Basta simplemente por entender por principio aquello que da sentido y que permite la única aprehensión del mundo que nos sea dada a los humanos. Se trata simplemente de asumir que el verbo es lo que da significación, sin él todo es insignificante.
Cosa muy diferente es ese cristianismo carente de toda espiritualidad real, cristianismo no de la metáfora sino del anclaje a la salvación a costa de todo juicio. Cristianismo que es el complemento ideal de una vida en la que se ha renunciado a todo proyecto de efectiva emancipación que permitiera la realización por el ser humano de lo que constituye su naturaleza. Cristianismo que encuentra en las supercherías del discurso vaticanista su verdad profunda, y que constituye efectivamente impagable aliado para un sistema que tiene como fundamento la indigencia material y espiritual de los sometidos al mismo.