
Víctor Gómez Pin
Intentaba estos días pasados decir que la diferencia entre el Narrador de La Recherche proustiana y el niño que aprende a hablar reside fundamentalmente en que el segundo ha desbrozado aun muy poco terreno, mientras que el primero puede ser identificado al despliegue hasta entonces efectuado de su lengua, en este caso la francesa, incluido naturalmente el prodigioso desarrollo de la misma que supone la poesía por él evocada de Gerard de Nerval, Beaudelaire o Leautreamont.
La emoción, el vértigo a veces, es en ambos casos (niño y Narrador) la misma, al igual que ocurre con Einstein forjando las fórmulas de la Relatividad Restringida y el que por primera vez las aprehende en todas sus tremendas implicaciones respecto al mundo sustentado en nuestras intuiciones elementales (la intuición de tiempo y espacio absolutos en primer lugar). Y al respecto quisiera hoy hacer una puntualización:
El arte no tiene prioridad alguna tratándose de vivificar el alma. El criterio reside en impedir que ésta se apague, que la indolencia triunfe, que se deje de estar confrontado, que el ser humano encuentre refugio en la pantufla. Hace unos días evocaba de nuevo el consejo que solía dar a estudiantes de filosofía (luego convencionalmente "de letras") a los que circunstancias, de hecho buscadas, llevaban a confrontarse a la teoría einsteniana; consejo relativo a no desmayar respecto a las ecuaciones que se temía iban muy rápidamente a ser borradas de la memoria consciente, a aprender hoy la ecuación que se olvidará mañana. Acabo con la misma cita de Eliot que ayer: "Pero tal vez no haya ni pérdida ni ganancia. Para nosotros no hay sino el intento. Lo restante no es de nuestra incumbencia."