
Víctor Gómez Pin
No hay referencia ética o estética sagradas a las cuales el trabajo y la creación deban adecuarse. La tarea, el esfuerzo, la lucha por trascender la pereza, la inercia y la costumbre, todas ellas vinculadas a esa alienación que el ego constituye… esa superación constituye la primera condición de posibilidad de la obra de arte y ha de erigirse en primer imperativo, imperativo del cual, a modo de corolario, resulta una legitimidad moral.
Delicado asunto, desde luego, para todos aquellos que estamos convencidos de la imposibilidad de compartimentar la apuesta por la realización plena del espíritu humano. En base a la convicción griega de que el hombre sólo puede actualizar su esencia en el marco de la pólis, pensar en la realización a través de la obra de arte exige pensar en la dignidad del marco social en el que tal obra se despliega. Esta es la base de lo que se ha dado en llamar arte comprometido. Y desde Los fusilamientos del dos de mayo al Guernica, pasando por Fidelio hay ejemplos admirables de tal exigencia.
Mas ha de quedar claro que el compromiso del arte no puede efectuarse a expensas del arte mismo. La obra de arte comprometida es, en primer lugar, obra de arte. En términos kantianos: lo que pertenece al registro de la Facultad de Juzgar no puede ser ventilado en el registro de la Razón Práctica. Y en otros términos: nada más grotesco que el artista que encubre su pereza o su impotencia con las buenas intenciones. Pero lo que aquí nos está indicando el Narrador va más allá, y lo abordaré mañana.