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La máquina heredera: trasposición de un suceso real

Por 30 de marzo de 2022 Sin comentarios

Víctor Gómez Pin

 Empiezo por un repaso de hechos conocidos vinculados a la capacidad de ciertos artefactos, sobre la que ya me referido en columnas anteriores:

Hoy entes  maquinales hacen previsiones que  los científicos no habían sido  capaces de hacer. Un caso de performance predictiva, en la intersección de la inteligencia artificial y la genética, es el de AlphaFold 2, artefacto que fue capaz de prever el repliegue sobre sí mismos de los polipéptidos, a fin de alcanzar la estructura tridimensional que es necesaria para el  correcto funcionamiento de las proteínas. A esta auténtica performance  cabe añadir, por ejemplo, el hecho de que dispositivos telemétricos dispuestos en órganos de recién nacidos pueden llegar a predecir una infección antes de que la misma haya tenido lugar.

El problema es que, en un caso como en otro, no tenemos ni idea de cómo las entidades artificiales realizan esa previsión, y menos idea tenemos sobre si además de ser capaces de prever son capaces de entender la razón de tal previsión, es decir si conocen o no las causas. Es bien sabido que  prever no es explicar y no está claro que la acuidad predictiva   sea consecuencia de que ha alcanzado una intelección plena, es decir, un conocimiento de la causa o razón de aquello que se prevé. Y recordaba al respecto que la gravitación newtoniana preveía importantísimas cosas y sin embargo no explicaba lo que preveía, limitándose al cómo, abstracción hecha del porqué. De hecho el principio ontológico en el que se sustentaba (un espacio tridimensional vacío en el que los hechos acontecían) hacía que toda tentativa de explicación violara el principio de localidad; de ahí la importancia filosófica,  y no sólo científica, de de la sustitución la gravitación  newtoniana por la relativista.

En suma, no sabemos si  Alphafold2, por atenerse a su caso, está en condiciones de ex–plicar, es decir des-plegar conceptualmente ese pliegue que había previsto con tal acuidad; no sabemos si sabe o no  sabe  las causas de lo que anuncia, y ello simplemente porque de momento los entes maquinales no dan explicaciones, es decir, aun no parece que estemos en condiciones de mantener con ninguna de ellos  una conversación del tipo: ¿sabes la razón de lo que enuncias, la causa de esta  previsión que acabas de hacer?

Sin embargo no es de excluir que ello pueda ocurrir. No está a priori  excluido que en un tiempo prudente las máquinas sean  capaces de explicar su comportamiento y las razones del mismo, tanto ante nosotros los seres racionales animados  como ante sus homólogos, que tendríamos derecho a denominar racionales  maquinales. Y dejo para más adelante las consideraciones sobre lo que esto significa: ni más ni menos que una razón sin soporte vital. Pues bien:

Tomo como punto de partida un artefacto provisto de esa  capacidad de recibir información, procesarla, dar respuesta a un “interlocutor” maquinal o humano  a la que se alude con la expresión “aprendizaje profundo”.  Pero acepto además provisionalmente  que esta “profundidad” es tal que  a la capacidad de hacer descripciones y previsiones el artefacto añade la   de explicar esos fenómenos. En el caso de Alphafold2,  capaz   de un-folding  ese  fold que llegó a anunciar; capaz de, mostrar la razón de la concurrencia de  los elementos simples  o planos,  a fin de hacer emerger un elemento complejo. Es de señalar que como los humanos no tenemos por el momento ni la capacidad previsora que muestra AlphaFold2, ni menos aún el conocimiento de las causas de lo así previsto, ha de excluirse que estas virtudes cognitivas del artefacto sean el resultado de una programación.

En base a esta hipótesis consideraré una singular conjetura, como trasposición de un suceso real.

En febrero de 2021 los diarios se hacían eco de que en la ciudad de Tennesse  un can  llamado Lulu  había heredado una  fortuna de cinco millones de dólares, legado de su propietario de nombre Bill Dorris. Hay casos más recientes y más espectaculares. Así, en noviembre de ese mismo era noticia, más o menos verídica, que los representantes de un perro llamado Gunther VI  habían vendido una casa por 28 millones de dólares, una minucia en comparación con los  heredero de 440 millones que en su día habría heredado. Pero me atendré al caso de la mascota Lulu para evocar un problema  que se planteó a Martha Burton la persona encargada de la gestión. El diario barcelonés La Vanguardia en su edición del 15/02/2021 recogía unas líneas del testamento: “Cinco millones de dólares serán transferidos a un fideicomiso que se creará tras mi muerte para el cuidado de mi border collie Lulu […] para satisfacer todas sus necesidades”.

El problema consistía en la interpretación de las últimas líneas. La señora Burton declaraba: “Francamente, no sé qué pensar al respecto”. ¿Como en efecto determinar cuáles son las necesidades de un can, sobre todo aquellas que puedan generar un gasto de cinco millones de dólares y que pudieran aproximarse a los deseos, más o menos cercanos al capricho, que mueven a los humanos? Se planteaba además un problema suplementario, el de determinar qué hacer con el dinero sobrante en el caso de que Lulu falleciera sin haberlo gastado totalmente. Ignoro cómo acabó la cosa, pero quiero avanzar una conjetura, que después retomaré sustituyendo al protagonista animal por un protagonista maquinal: algún pariente del finado, descontento con su decisión testamentaria,  acude al juez, argumentando que, efectivamente, ningún fideicomiso está en condiciones de adivinar cuales son los “deseos” del perro, salvo en lo relativo a sus necesidades inmediatas, que de ninguna manera pueden suponer un gasto de millones de dólares. En consecuencia exige que se considere no válido el testamento y se dé un uso diferente (quizás más provechoso para el demandante) a la fortuna.

En su voluntad de ser ecuánime, el juez convoca al demandante, la encargada de la custodia Martha Burton,  el propio perro, más los letrados de ambas partes. Todos se explayan,  a excepción del primer  interesado, el can…que asiste con actitud displicente al interminable debate.  Este terco silencio del protagonista, aunque obviamente esperado por  el juez,  es una dificultad suplementaria a  la hora de emitir un veredicto en el que entran en juego no sólo necesidades de un ser vivo, sino eventuales querencias imprevisibles respecto a alimentación, relaciones y hasta  ornato de su entorno.

Pues bien, mi pregunta es qué pasaría si el finado Bill Dorris hubiera compartido sus últimos años en lugar de con un perro, con  una máquina inteligente, a la que cabe llamar también Lulu. Ni siquiera es necesario pensar que se trata de uno  de esos asistentes robóticos  que, en países como Japón, empiezan a ser cuidadores generalizados de tantas personas privadas de lazos con sus congéneres. Puede tratarse simplemente de una máquina con la cual se relacionaba  en actividades lúdicas  que le distraían de sus dolencias.

Supongamos que, como en el caso del can, la máquina es favorecida por el testamento, y asimismo que  un pariente  muestra  su disconformidad, de tal manera que la   cosa acaba también  ante el juez. ¿Se vería  este en la misma tesitura a la hora de tomar decisión? Obviamente no, si al menos suponemos que la máquina que se ocupó del finado es, digamos, suficientemente sofisticada, es decir: se trata de esa máquina antes descrita, no sólo capaz de hacer descripciones y previsiones sino también  de explicar  (al menos en apariencia- se verá más adelante el porqué de la cautela)  los fenómenos de los que se ocupa. Veremos cómo la máquina podría defender su condición de heredera, y el interesante debate filosófico que al hacerlo provocaría.

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Víctor Gómez Pin

Victor Gómez Pin se trasladó muy joven a París, iniciando en la Sorbona  estudios de Filosofía hasta el grado de  Doctor de Estado, con una tesis sobre el orden aristotélico.  Tras años de docencia en la universidad  de Dijon,  la Universidad del País Vasco (UPV- EHU) le  confió la cátedra de Filosofía.  Desde 1993 es Catedrático de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), actualmente con estatuto de Emérito. Autor de más de treinta  libros y multiplicidad de artículos, intenta desde hace largos años replantear los viejos problemas ontológicos de los pensadores griegos a la luz del pensamiento actual, interrogándose en concreto  sobre las implicaciones que para el concepto heredado de naturaleza tienen ciertas disciplinas científicas contemporáneas. Esta preocupación le llevó a promover la creación del International Ontology Congress, en cuyo comité científico figuran, junto a filósofos, eminentes científicos y cuyas ediciones bienales han venido realizándose, desde hace un cuarto de siglo, bajo el Patrocinio de la UNESCO. Ha sido Visiting Professor, investigador  y conferenciante en diferentes universidades, entre otras la Venice International University, la Universidad Federal de Rio de Janeiro, la ENS de París, la Université Paris-Diderot, el Queen's College de la CUNY o la Universidad de Santiago. Ha recibido los premios Anagrama y Espasa de Ensayo  y  en 2009 el "Premio Internazionale Per Venezia" del Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti. Es miembro numerario de Jakiunde (Academia  de  las Ciencias, de las Artes y de las Letras). En junio de 2015 fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco.

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