Víctor Gómez Pin
La desaparición de la voluntad de escarbar en todos los aspectos del espíritu a los que me refería en el texto anterior (voluntad de no conformarse con un saber parcial o abstracto) es meramente la desaparición de la exigencia filosófica. Exigencia filosófica que yo tuve la suerte de ver encarnada hace varios decenios en Paris, cuando un estudiante de filosofía se sentía concernido a la vez por la antropología que describía las estructuras elementales del parentesco, la teoría matemática relativa a las singularidades topológicas que explicaban la emergencia de la forma, las tentativas de Lacan por formular en términos matemáticos y lingüísticos la estructura del inconsciente, la extracción por Monod de los corolarios filosóficos de sus descubrimientos en genética y obviamente la relectura por Pierre Aubenque de los textos de Aristóteles, apuntando a liberarlos de un velo de caspa académica que ocultaba su fascinante problemática.
Esta búsqueda de la intersección de los problemas marcaba entonces lo que cabía entender por filosofía y dio lugar a la aparición de centros destinados a apuntalar tal concepto. Concretamente dio lugar a la facultad de filosofía de Zorroaga, en el País Vasco, donde la enseñanza del griego y la lectura de textos de los clásicos se complementaba con conferencias y cursos de matemáticos, antropólogos y artistas, de tal manera que junto a un Pierre Aubenque o un Derrida, los alumnos podían escuchar al medalla Fields de matemáticas René Thom, a Eduardo Chillida o al antropólogo Caro Baroja…Todo ello queda ahora ciertamente muy lejos, y no se trata de una distancia meramente temporal, sino sobre todo de una distancia también espiritual. Se trata de que, por razones sociales perfectamente definidas, el espíritu ha tirado la toalla en la lucha contra la compartimentación de los saberes ya entonces imperante y con ello, de alguna manera ha renunciado a sí mismo.