Víctor Gómez Pin
La locura de Ahab consiste en proyectar sobre la naturaleza meramente animada una queja que sólo tiene sentido en el marco de la moralidad, es decir de una relación entre los hombres. El simple hecho de respirar supone ya inserción en ese ciclo de transformación, emergencia y destrucción que es siempre la vida.
Desde luego la generalización de una moralidad que extendiera sin más el imperativo kantiano de no instrumentalización de los seres humanos al resto de los animales (no digamos ya si se trata de la vida en general, vegetales incluidos) entraría en contradicción con la exigencia de conservación de la especie humana.
Por ello además de que es legitimo eliminar los animales dañinos, tampoco puede ser contrario a la moralidad el buscar las formas de alimentación más beneficiosas para el sano mantenimiento de nuestra especie, considerada en el momento presente o en el ciclo de las generaciones. Y no estoy tomando partido en la controversia sobre si una dieta vegetariana hubiera sido suficientemente rica en proteínas y calorías como para permitir el desarrollo del cerebro, o más bien fueron necesarias proteínas de origen animal. Creo que no es necesario entrar en ello. En ocasiones podemos quizás permitirnos una dieta vegetariana, pero no siempre es así y desde luego supone una subordinación de los intereses de nuestra especie el renunciar a modalidades de alimentación a las que otras especies no tienen (¡no pueden tener!) escrúpulos en recurrir.
Hasta aquí debería haber general acuerdo, lo cual supone por ejemplo que los convencidos de la bondad del Veganismo respeten en la práctica el comportamiento de quienes no profesan tal forma de espiritualidad (disposición tolerante hacia los demás que se exige en democracia a todo fiel de una u otra ideología, o convicción religiosa).
Protegemos al animal que potencialmente nos es favorable, y podemos llegar a tener cariño por el mismo, lo cual no es óbice para que eventualmente le demos muerte, a fin de alimentarnos o cubrirnos con su piel, pero-eventualmente- también a fin de mantener viva la reminiscencia de un hecho (quizás inconsciente) forjador de una u otra civilización, bajo la forma de ritual.