Víctor Gómez Pin
Señalaba en la anterior columna que tener cuidado de la naturaleza, evitar maltratarla, es un corolario directo no ya de la razón ilustrada sino de la moralidad general. El problema es sin embargo delimitar suficientemente el concepto de "maltrato", encontrar criterios que permitan trazar una frontera entre lo que es maltrato y lo que es instrumentalización legítima de nuestro entorno. Al señalar que hay maltrato cuando la instrumentalización que se hace de la naturaleza es estéril (o hasta perjudicial) para la causa final del hombre, obviamente se está excluyendo ya de la moralidad toda utilización de recursos naturales que, favoreciéndonos puntualmente, pueda suponer amenaza para el futuro. En suma: luchar por una naturaleza sana es un corolario inmediato del amor a la naturaleza humana, corolario del deseo de que el ciclo de las generaciones esté garantizado, a fin de que el lenguaje y la razón persistan. En términos claros:
La causa de la naturaleza es una exigencia primordial de la causa del hombre. El sano egoísmo de especie hace del ecologismo un imperativo. Y la fidelidad a este criterio ha de determinar también nuestro comportamiento con esa expresión superior del orden natural, esa emergencia, que supone la vida y particularmente la vida animada.
Me atrevo a decir que la causa de la salud de nuestro planeta carece incluso de significación si se hace abstracción de la causa del hombre, entre otras razones porque el hombre es el único animal al que pre-ocupa la cuestión de la naturaleza, es decir se inquieta por la misma con independencia incluso de que el equilibrio natural muestre síntomas de hallarse amenazado, emblema de lo cual es la aproximación desinteresada, movida por la exigencia de inteligibilidad, que constituye la ciencia natural.