Víctor Gómez Pin
Y antes de seguir un recordatorio filológico que en otro tiempo hubiera podido obviar (el lector que quiera información más precisa al respecto puede simplemente consultar en internet un claro artículo de Rosario González Galicia que lleva el título de "A vueltas con la palabra hombre" -por cierto con unos versos de Lucrecio que la autora ofrece en magnifica traducción de Agustin García Calvo):
Cabe utilizar la palabra "hombre" para referirse al varón por oposición a la mujer Pero también se usa el término para referirse en general al ser de razón y de lenguaje que (por oposición a eventuales dioses) es un animal, procede de la tierra, "humus", y a ella retornará en la inevitable inhumación. Así, como el latino "homo", y yendo más lejos el griego "ánthropos", "hombre" puede ser un varón (aner, uir) o una mujer (gine, mulier).
Ciertamente cuando decimos que tal o cual es un "misántropo" estamos sugiriendo que evita a los humanos en general y no sólo a los varones. Simétricamente cuando se habla de la "Declaración de derechos del hombre" no se está pensando en un articulado que no concerniría a las mujeres. Por ello, me referiré aquí al ser humano utilizando el término genérico "hombre", dando por supuesto que la diferencia entre hombres y mujeres s irrelevante desde el punto de vista de lo que nos distingue de los otros animales (por usar los términos de Aristóteles no es una diferencia eidética, es decir, forjadora de especie, sino puramente material) Y tras este preliminar voy al tema anunciado.
Como el de los demás animales, el cuerpo del hombre (homo) está llamado a retornar al solar (humus) del que directa o indirectamente procede. Y con la dispersión del cuerpo desaparecerá también ese prodigio de la historia evolutiva que es el lenguaje, al que tal cuerpo daba soporte. Por otra parte ese fruto del lenguaje que es la ciencia natural sabe que no habría animales sin que las condiciones de solar terrestre lo hubieran posibilitado, y en consecuencia no habría tampoco ese resultado del "humus" que es el "sapiens" (la paradoja es que sólo el lenguaje atestigua que ello es necesariamente así, lo cual constituye un círculo vicioso que remite a un enorme problema metafísico que ahora dejo de lado). Por ello al hombre le interesa el entorno: mantener el equilibrio del entorno natural es un corolario directo de la razón ilustrada, pero de hecho es también un imperativo implícito de la moralidad general.
El problema es sin embargo delimitar suficientemente el concepto de equilibrio, encontrar criterios que permitan trazar una frontera entre lo que es abuso del marco natural y lo que es instrumentalización legítima del mismo. En este tema se centrarán las próximas columnas.