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La ausencia de Agustín García

Por 7 de noviembre de 2012 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Víctor Gómez Pin

Hace cuatro años nos reunimos varias personas en la facultad de filosofía de San Sebastián para evocar y lamentar la ausencia de Ferrán, un entrañable amigo. Mientras se iban desarrollando las intervenciones, Agustín García (conocido en el mundo cultural y académico por García Calvo) iba poniendo cara de disgusto, disgusto que hizo explícito en su intervención: lamentaba constatar que se le había convocado en razón "de que alguien había muerto y cosas por el estilo". Le irritaba especialmente que pudiera pensarse eso de Ferrán, "pues obviamente para morir hay que haber nacido" precisó.
Tras la aparente boutade, era evidente que Agustín hablaba con toda seriedad y que su enfado era real. Obviamente alguien tan razonable no podía estar negando la universalidad del segundo principio de la termodinámica y sugiriendo que el cuerpo de Ferrán escapaba al mismo. ¿Qué quería decir pues? La clave parecía hallarse en esa referencia al nacimiento. Los hombres nacemos como mínimo dos veces, al venir físicamente al mundo, pero también al contemplar el mundo a través del prisma de las palabras, lo cual constituye el nacimiento propiamente humano. Pero digo "al menos dos veces" porque el segundo nacimiento suele tener una  connotación complementaria que constituye casi un tercer nacimiento: el sentimiento de individualidad, es decir el sentimiento de que el lenguaje que filtra la percepción del entorno poblándolo de cosas que representan especies, el lenguaje por el que hay ante nosotros caballos, vasos, espinos y cerezos, el lenguaje que se sirve de la vida humana para iluminar el mundo… es cosa de uno, es propiedad de esa vida, o mejor dicho propiedad de ese cuerpo en el que, como todo otro animal el humano se hace animal concreto y presente.
Se procede con ello a una inversión de jerarquía de enormes consecuencias psicológicas. Pues una cosa es sentirse empapado por el lenguaje y otra cosa sentirse poseedor del mismo, una cosa es dar vida a las palabras y otra tener en las palabras armas para la vida. Si lo primero conduce al relato o al conocimiento, en lo segundo está quizás la clave de la formación del yo. Yo tanto menos transitivo, es decir tanto más temeroso, posesivo, amante de sí y tiránico cuanto más acusada es esa inversión de papeles.
Se comprende así que el morir de un ser humano no constituya un acontecimiento unívoco: morir trágico del que siente que la vida ya no sirve de soporte al espíritu, morir de aquello que hace a la humanidad, por un lado; morir sin grandeza, de aquel para quien sólo la vida cuenta, de aquel para quien la palabra nunca fue más que un expediente para asegurar la subsistencia y el dominio.
Y ese sentimiento de lo que significa la muerte, como rasgo clave del sentimiento de individualidad, viene reforzado por un segundo aspecto que es el nombre propio. Nombre propio a su vez vinculado al nacimiento oficial, cuya importancia Agustín García negaba en el caso de Ferrán, Lobo Serra en la inscripción llamada civil de su Gerona literalmente natal, apellidos que algunos ni siquiera conocían entre los componentes del heterogéneo grupo que se dejaba aburrir, en los cafés parisinos en las postrimerías del franquismo, cuando una mano que cabe llamar ingenua proponía una página de los presocráticos abierta al azar, para que Agustín inmediatamente la cantara en griego y después la vertiera al castellano o al francés, versión que, al ser recogida y glosada por uno u otro de los presentes, convertía por un instante a este en luminoso transmisor de la veracidad de los fragmentos transcritos, arrancándole en consecuencia a ese sentimiento de identidad individual que Agustín siempre veía como correlativo del sentimiento mismo de la muerte.
Solo el nombre propio, García Calvo en este caso, desde luego no ya mortal sino desde siempre muerto, neutralizaba a veces al lúcido Agustín García perseverante en su denuncia de las condiciones sociales en las que la vida de los seres de lenguaje se reduce a un sin vivir. Sin vivir de aquellos que meramente usan la palabra tras reducirla a la superficialidad de las reglas gramaticales; sin vivir de los que prostituyen las técnicas y el ansia de saber tras reducirlas a instrumentos de reconocimiento; sin vivir de los que, al erigirlo en excluyente patria, traicionan el lugar (siempre universal en su singularidad) en el que a través de la lengua materna vieron la vida bañada en palabra.
En tal sin vivir veía Agustín García la concreción de la muerte. Por eso, cuando el primero de noviembre la noticia de la muerte del gran filólogo y académico García Calvo me llegó en París, sentí que sería profundamente injusto vincularla a la ausencia de Agustín García, que en esta ciudad tanto amó y fue amado.
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Víctor Gómez Pin

Victor Gómez Pin se trasladó muy joven a París, iniciando en la Sorbona  estudios de Filosofía hasta el grado de  Doctor de Estado, con una tesis sobre el orden aristotélico.  Tras años de docencia en la universidad  de Dijon,  la Universidad del País Vasco (UPV- EHU) le  confió la cátedra de Filosofía.  Desde 1993 es Catedrático de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), actualmente con estatuto de Emérito. Autor de más de treinta  libros y multiplicidad de artículos, intenta desde hace largos años replantear los viejos problemas ontológicos de los pensadores griegos a la luz del pensamiento actual, interrogándose en concreto  sobre las implicaciones que para el concepto heredado de naturaleza tienen ciertas disciplinas científicas contemporáneas. Esta preocupación le llevó a promover la creación del International Ontology Congress, en cuyo comité científico figuran, junto a filósofos, eminentes científicos y cuyas ediciones bienales han venido realizándose, desde hace un cuarto de siglo, bajo el Patrocinio de la UNESCO. Ha sido Visiting Professor, investigador  y conferenciante en diferentes universidades, entre otras la Venice International University, la Universidad Federal de Rio de Janeiro, la ENS de París, la Université Paris-Diderot, el Queen's College de la CUNY o la Universidad de Santiago. Ha recibido los premios Anagrama y Espasa de Ensayo  y  en 2009 el "Premio Internazionale Per Venezia" del Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti. Es miembro numerario de Jakiunde (Academia  de  las Ciencias, de las Artes y de las Letras). En junio de 2015 fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco.

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