Víctor Gómez Pin
Escribía hace unos días que cuando el artista y el científico se hayan atravesados por esa radicalidad espiritual que designaba como disposición filosófica, entonces su tarea alcanza connotaciones que han sido tradicionalmente vinculadas a la figura del héroe, la figura del ser que alcanza la libertad no de sí mismo, sino precisamente sobreponiéndose a sí mismo. Mas la tarea del arte no está nunca definida de manera unívoca. El ser humano se encuentra en ocasiones inclinado a combates que el protagonista vive como capitales, como susceptibles de ejemplaridad moral, por lo cual, con toda legitimidad, reivindica para su entereza un reconocimiento. Hace unas semanas en primera página de periódicos (no todos españoles), caracterizados por sus posiciones ilustradas, pudo verse la imagen de un hombre al que miles de personas aclamaban como un libertador en razón de que en un coso de Madrid había rozado la frontera de la inmolación. Pues bien:
Esta atención resultaba tanto más sorprendente cuanto que todo, en el sistema de valores imperante, empuja a negar la condición de héroe al protagonista del ascético combate, la sobria confrontación, a la que en ocasiones da lugar el encuentro entre un torero y un toro. La primera razón de ello es que la ética, como racional aspiración a una paz entre humanos (que sería corolario de una situación social que garantizase la dignidad material y espiritual) ha sido sustituida por una exigencia de universal conciliación con el común de los seres animados, entre los que el hombre carecería de papel jerárquico. Esta nueva ética tiene para el orden establecido la ventaja de ser perfectamente inoperante, pues, de hecho, nada amenaza la relación social de fuerzas que hace inevitable el despilfarro de recursos, y degradación de la naturaleza. Mas la virtud que no se practica es virtud que mayormente se predica.
Y así desde los países mismos donde se gestiona el sistema de universal rapiña se expande urbi et orbi el nuevo evangelio que erige en criterio central de bondad el no ser especeista, equiparando la instrumentalización de un ser meramente vivo a la de un ser humano. Hace un par de años, en una feria ecologista de Barcelona, se ilustraba el eslogan "racismo=sexismo=especeismo" con la foto de un africano, una mujer y un chimpancé. Cuando esta amalgama no provoca respuesta…en algún registro esencial hemos sido vencidos: la vida a secas ha empezado realmente a primar sobre la vida del ser de palabra. Relativizar el peso de la propia vida sigue ¡siendo socialmente lícito (¡y hasta obligatorio¡) cuando se trata de quemar la vida en un trabajo embrutecedor, mas pasa a ser considerado una vileza cuando se vincula a la vida y muerte de un animal de otra especie.