Víctor Gómez Pin
El pensamiento de izquierda, sobre todo el considerado de izquierda "radical", para entendernos aquel que se sitúa fuera de la órbita de los partidos socialistas, se haya hoy estrechamente vinculado a la reivindicación ecologista. Nada, en principio, más lógico. Pues a menos de considerar que nuestra condición es angélica, no cabe imaginar la cabal realización de las potencialidades humanas (causa final de la militancia de izquierda) más que en un contexto natural… regulado y armonizado precisamente por el hombre. Es decir, situar al hombre en el centro de interés, restaurar el ideario humanista, lejos de ser contrario a la exigencia de conservar y proteger la naturaleza (incluida la conservación de las demás especies vivas), tiene en ello un auténtico corolario. Mas la defensa de la causa del hombre, pasa de inmediato por la exigencia de instaurar las condiciones materiales de su realización espiritual, lo que en otros momentos se llamaba desalienación del trabajo y que en general apuntaba a instaurar las condiciones de posibilidad de que el hombre pudiera realizar su esencia, es decir, actualizar sus potencialidad como ser cognoscitivo y lingüístico.
Uno de los problemas de la izquierda en los últimos años reside precisamente en que cualquier perspectiva de desalienación, en el sentido que acabo de evocar, ha llegado a parecer utópica. El fracaso de la competición entre sistema socialista y libre mercado, la paranoica canalización en los países socialistas de las energías al control del enemigo interno, en fin el colapso final de esos países, condujo a la izquierda a una perdida de confianza en las posibilidades reales de sustitución del sistema. Fue entonces cuando fueron apareciendo causas que se proponían como alternativas, y susceptibles dentro de un mundo global de mantener algún ideario con visos de contestación.
El problema reside en que el nuevo ideario no era en realidad tal. La ecología, lejos de ser alternativa a los proyectos de emancipación vinculados a los grandes movimientos sociales nacidos con la Revolución Francesa y prolongados a lo largo de los siglos diecinueve y veinte, depende en realidad de la realización de estos. De tal manera que en el nihilismo respecto a la posibilidad de sustitución del sistema de mercado se traduce necesariamente en la aparición de ideologías meramente sustitutivas, de declaraciones de intenciones meramente formales y – en última instancia de coartadas para un sistema intrínsicamente implacable con la naturaleza (especies vegetales y animales incluidas) simplemente por ser intrínsicamente implacable con los hombres.
Es muy significativo que el discurso de defensa de la naturaleza mueva a personas tan dispares como Al Gore (vinculado a poderosísimos intereses que le propulsaban a la presidencia del país que mayormente contribuye, directa o indirectamente, a empobrecer la naturaleza), Daniel Cohn Bendit, o… Brigitte Bardot