Víctor Gómez Pin
Amigos me hacen llegar un texto de la revista L’ Esprit français fechado en agosto de 1930, en el que (respondiendo a una suerte de cuestionario) André Breton reflexiona sobre la relación entre la recuperación por el capitalismo del trabajo intelectual y la explotación por ese mismo capitalismo del trabajo del proletario. El asunto proporciona al poeta y ensayista la oportunidad de establecer una cuidadosa diferencia entre ambos tipos de producción: habría en el trabajo "manual" (las comillas se deben a que de hecho no hay quizás trabajo humano que no tenga su origen en las manos, las cuales -como señalaba Saramago- "piensan") un aspecto contingente, ya que cambia con las circunstancias históricas y sociales, mientras que el trabajo del artista o del filósofo respondería a una exigencia espiritual intrínseca, como expresión de ese "ardiente deseo de toda mente pensante", al que ya me referido aquí y que el físico Max Born situaba en la base de la condición humana. Breton llega a decir que este tipo de trabajo intelectual intenta colmar un apetito, una insatisfacción del espíritu… tan determinante como el hambre.
Es necesario precisar sin embargo que Breton enfatiza la necesidad de no confundir esta modalidad de exigencia espiritual con la que mueve a alcanzar honores, gloria, dinero, etcétera, la cual precisamente podría ser el enemigo mayor de la anterior. En relación al lazo entre esta segunda modalidad y la conciencia ególatra, he señalado muchas veces que en el momento en el que el escultor explora las vetas de un material, o el físico apunta a forjar una fórmula, hay mucho pensamiento y poca conciencia del propio yo, mientras que lo contrario ocurre en la apertura mundana de la exposición o la recepción del Nobel. Con la debida matización el argumento se aplica asimismo a la experiencia del fracaso social, pues en el momento fértil de ese trabajo del espíritu al que se refiere Breton, el fantasma del reconocimiento simplemente, o no se da, o está muy subordinado.
Un interesante aspecto de la reflexión de Breton es su insistencia en que el trabajo cabalmente artístico no puede realmente ser recuperado exhaustivamente por el sistema económico y ello por la razón siguiente (entre otras): "es imposible apreciar su valor según la medida común de la hora de trabajo. Si un poeta gasta un día para escribir un poema, y el zapatero el mismo tiempo para hacer un par de zapatos, no deja de ser cierto que dichos artículos no son intercambiables, y que, además, si el zapatero comienza de nuevo al día siguiente, no forzosamente el poeta será capaz de hacer lo mismo".
Breton habla de hambre de realización espiritual como Pinker habla de instinto para referirse al lenguaje. Ni una cosa ni la otra tienen sentido sin la asunción implícita de la tesis de la radical singularidad de la animalidad humana… Es muy sorprendente que en nuestros días haya que reivindicar una tesis que sería para Breton una perogrullada: el animal humano tiene exigencias que no son reductibles a las necesidades a las que responden todas las demás especies animales. ¿Qué ha pasado para que esto deje de estar claro? ¿Qué oscuros intereses se esconden tras la ideología negadora de esta verdad inmediata. Intereses desde luego exclusivamente humano, intereses vinculados a esa otra forma del espíritu a la que el luchador Breton se refería, el espíritu que tiene como máxima de acción la construcción de fortalezas que imaginariamente protegerían al yo de la finitud y de la muerte. Tras el deseo de confraternización con la animalidad abstracta se esconde quizás el repudio de la trágica y frágil animalidad que es la nuestra. Nietzsche tendría desde luego algo que decir.