Víctor Gómez Pin
En el texto que precede reivindicaba la concepción de la Universidad como tribunal de la razón cuya existencia independiente sería prueba del grado de salud alcanzado por la sociedad en la que la institución se inscribe. Y evocaba al respecto el "Conflicto de las Facultades", texto en el que Kant sostiene que el Departamento de Filosofía ha de constituir una entidad administrativa como las demás en el entramado de la institución y sin embargo "toda la Universidad". La justificación de este privilegio reside en que la Filosofía, además de responder a específicas modalidades de los planteamientos de la Razón, integra asimismo aquello que de auténticamente universal hay en los interrogantes de las disciplinas particulares.
Pues las cuestiones elementales que la Filosofía plantea y que, reitero, "a todos conciernen", son la auténtica matriz, tanto de la disposición espiritual que conduce a la ciencia como de la que conduce a la exigencia artística. La matemática, la reflexión musical, o la física teórica, encuentran en la filosofía un auténtico punto de convergencia, una "unidad focal de significación", según la formulación aristotélica. En ausencia de esta última, las disciplinas particulares quedan privadas de significación, es decir reducidas a la insignificancia. No otra cosa indicaba Descartes, cuando añadía a sus trabajos científicos ese prólogo reivindicador de la unidad de la razón conocido como Discurso del Método. Cierto es que la distribución del saber está hecho de tal forma que los lectores de Descartes, o bien son especialistas en algún retazo del contenido científico, o bien son especialistas en el prólogo (estos últimos son precisamente los formados en la facultad de filosofía) Extraña quiebra que Descartes viviría como auténtica mutilación, pero que no escandaliza a los voceros culturales ni a los responsables de nuestra formación [1]
Expresión tristemente ejemplar de esta situación es lo que hace unos años pasaba con la matemática (afortunadamente ya no es así). Pues se introducía a los niños en esta disciplina mediante la Teoría de Conjuntos, sin explicarles nunca cuál era la función quizás primordial de la misma, filosófica dónde las haya. Pues Georg Cantor, el fundador de la misma, pretendía ante todo disponer de un arma para abordar el problema esencialmente filosófico del infinito. Y cabe obviamente hacer matemáticas sin teoría formalizada de conjuntos, mientras que es imposible sin ella abordar con rigor "ese delicado laberinto" que, al decir de Borges, constituye la cuestión del infinito.