Víctor Gómez Pin
A lo largo de esta reflexión iremos viendo que el molde en el que la disposición ética se forja no es otro que la asunción plena de la condición de ser de lenguaje. Cabe decir que en todos y cada uno de los comportamientos que responden a esa entereza o andreia de los griegos (de la que más adelante me ocuparé) que nos marca cabalmente como seres humanos, está presente el respeto al lenguaje, el respeto a la palabra dada.
Ello es tanto más de destacar cuanto que el uso falaz de la palabra no sólo es frecuente, sino que en la generalidad de las situaciones sociales constituye la regla. Vale la pena detenerse en este asunto, que muestra hasta que punto el combate por la veracidad es arduo y supone en cierto modo nadar a contra corriente.
Donald E. Brown, investigador del MIT, ha establecido una lista de universales de la condición humana que abarca desde la música a la matemática. Se trata de un catálogo de todo aquello que los antropólogos no pueden dejar de constatar sea cual sea la sociedad que observan. Pues bien, en lo que al lenguaje se refiere encontramos las rúbricas siguientes:
– Lenguaje.
– Lenguaje utilizado para manipular a los demás.
– Lenguaje utilizado para desinformar o canalizar hacia el error.
– El lenguaje es traducible.
– El lenguaje no es un simple reflejo de la realidad.
– Prestigio lingüístico como resultado de un eficiente uso de la ley (derechos y obligaciones).
Es curioso comprobar que tras el lenguaje mismo la primera determinación universal a él vinculada que se menciona es su uso manipulador. Universalidad de tal empleo del lenguaje aun reforzada por el hecho de que se considere también universal la instrumentalización para despistar, para dar falsa información o sugerir falsas pistas (misinform or mislead).
Donald E. Brown hace muy bien en distinguir estos dos tipos de utilización del lenguaje que difieren por algo más que por una cuestión de grado. Pues el segundo no conlleva (o al menos no conlleva necesariamente) la intencionalidad de reducir a mero instrumento la persona del otro, no falta por principio a la exigencia moral de considerar que todo ser humano es merecedor de respeto (o sea ha de ser como un fin en sí) cosa que parece inherente al primero.