Víctor Gómez Pin
El quehacer cuando el tiempo no apremia
Crusoe indica varias veces a lo largo de su relato su impericia inicial para los trabajos que se ve obligado a efectuar. No sólo carece de medios sino que carece de oficio. Cabe así decir que Crusoe es un inventor de los medios mismos que le permiten practicar las técnicas necesarias a su subsistencia y a su confort. Más que artesano, Crusoe es un forjador de las condiciones de posibilidad de llegar a serlo. La tarea es tanto más ardua cuanto que carece de maestro que le inicie, de tal manera que necesita semanas o meses para superar etapas que, con la ayuda de un instructor, hubiera alcanzado en horas o días.
En sus meticulosas descripciones de los pasos mediante los cuales llega a adqurir la técnica de la alfarería, Crusoe hace que el lector tenga una percepción casi desazonante del enorme trabajo inútil, tanteos que a nada llevan, sencillo objetivos que duran todo un día cuando, de disponer Crusoe de un maestro y de utensilios se hubieran resuelto en instantes.
Ese mismo lector sin embargo espera anhelante que Crusoe triunfe, y el sentimiento de que todo cuesta un esfuerzo gigantesco pierde peso. Pues lo importante es efectivamente la actividad, lo que Aristóteles denominaba energeia, del espíritu, no ya para vencer los obstáculos que se oponen a la erección de lo necesario y de lo lúdico, sino para seguir siendo activo en sí.
El mortero que Crusoe llega a construir a partir de un tronco de madera y no de piedra (que por su carácter terroso haría que la harina se entremezclara con residuos) es un objetivo para el que el tiempo no cuenta. Pues el tiempo no es quizás sino introducir en la prosecución de objetivos la premura. Y en la soledad de Crusoe, el tiempo solo puede apremiar (es decir sólo hay realmente tiempo) tratándose de objetivos prácticos y siempre en función de la urgencia. Apremia el tiempo ciertamente cuando de no llegar a cargar el arma la fiera te alcanzará o cuando de no forjar los instrumentos de prensado la uva encontrada por Crusoe se pasara y no servirá para hacer vino. Pero no apremiaría en absoluto el tiempo si Crusoe, tras admirarse en su reflexión de la fertilidad de las matemáticas, decidiese consagrar a las mismas segmentos enteros del día identificado al ciclo de la naturaleza.
Y desde luego Crusoe se halla liberado de ese apremiar del tiempo que supone el que los frutos del trabajo artesanal, cognoscitivo o artístico estén desde el origen marcados por el destino de tener un valor de intercambio. Pues en el segundo caso sí que el periodo y la frecuencia asociada al mismo deviene un esencial constituyente, y entonces, no sólo construir tres objetos en el día natural es mejor que construir tan sólo dos, sino que asimismo simbolizar las fórmulas de la relatividad restringida en una fracción de ese día es mejor que hacerlo en varios de tales días.
Crusoe tiene inscrita en su memoria ese apremiar del tiempo correlativo al valor de cambio de las cosas, pero no vive en tal mundo y por eso, aunque su cuerpo se halle con su entono sometido al segundo principio de la termodinámica, cabe decir que su quehacer está parcialmente fuera del tiempo.