Víctor Gómez Pin
En relación a la inteligencia artificial hay permanente alternancia entre expectativa entusiasta e inquietud. Y lo más novedoso es quizás que la preocupación haya alcanzado al mundo del arte. No meramente al mercado del arte y su gestión, sino también a la creación artística. Esta inquietud adquiere diversas formas. Así, en abril de 2023 la prensa generalista se hacía eco de las preocupaciones de ciertos creadores en razón de que un famoso chat habría combinado trabajos de diversos músicos y autores de letras para obtener un resultado homologable al de tal o tal cantante. Está por un lado la protección de derechos de autor, el uso de materiales sin la autorización de este e incluso, la posibilidad de plagio. Pero, más allá de intereses individuales, el asunto tiene una vertiente más general: si cabe generar música, incluida la vocal, sin artista de por medio, ¿qué sentido tendrán en el futuro las palabras mismas compositor, y libretista o letrista?
Así planteado, el problema sigue inscrito en el ámbito de la sociología y la economía. Pero un matiz en la pregunta modifica la dirección del asunto hacia algo que cabe catalogar de filosófico. Pues sea cual sea la utilización por entidades maquinales de materiales creativos, ¿cabe decir que lo producido por el artefacto constituye realmente una creación? Varios son los casos recientes que suponen un verdadero envite. Evoco uno reciente:
“Me presenté para saber si los [jurados de] los concursos están preparados para enfrentarse a imágenes realizadas por inteligencia artificial. No lo están”, declaraba en abril de 2023 Boris Eldagsen, tras renunciar al Sony World Photography Awards que distinguía con el primer premio la imagen Pseudomnesia/electricidad, presentada por Eldagsen…pero no realizada por él ni por otro ser humano, sino por un artefacto artificial.
Eldagsen enfatizaba el hecho de que no se trata de una fotografía (no había personas reales cuya imagen hubiera sido captada por un artefacto) sino de una construcción, por consiguiente, no tenía sentido su presencia en un concurso fotográfico. Hasta ahí de acuerdo. La cuestión está menos clara, si se formula la pregunta: ¿tendría sentido su presencia en un concurso de obras de arte? Pseudonemsia es desde luego una imagen impactante e inquietante. Su efecto emocional es inmediato, y al no tratarse de un sentimiento moral ni cognoscitivo, ¿cómo no vincularlo al efecto producido en el espíritu humano por la obra de arte?
Si un conjunto de personas presentes ante la imagen acordaran que estaban experimentando una emoción artística (a no confundir-reitero- con la vivencia mental cognoscitiva o moral) ¿podríamos, como consecuencia de este efecto coral, concluir que hay obras de arte no vinculadas a lo humano? Poco a poco.
Hay una primera dificultad para delimitar si una imagen como Pseudomnesia es clasificable como obra de arte, dificultad que viene por así decirlo de la cosa misma. Pues habiendo un criterio para delimitar la frontera entre lo que es un hecho empírico y lo que no lo es, lo que es científicamente asumible (al menos como hipótesis) y lo de entrada rechazable, lo que tiene consistencia matemática y lo que carece de la misma, no es seguro que haya un criterio análogo a la hora de establecer lo que merece ser tildado de creación artística ni correlativamente de lo que puede ser una percepción artística. Pero esta dificultad concierne a la obra de arte en general y no especialmente a las producciones del tipo Pseudomnesia. Y atniéndose a esta:
El artefacto realizó una síntesis, pero la idea directriz (o el conjunto de las mismas) que se haya en el origen del proceso, ¿fue generada por el propio artefacto? La cuestión tiene ciertas analogías con el papel del sujeto en la cadena implicada en una medida cuántica. El instrumento que mide puede a su vez ser objeto de medición por otro instrumento…que a su vez será medido por un tercero. Para evitar la remisión al infinito el físico Von Neumann se atrevió a afirmar la irreductibilidad a la medición cuántica de aquello que él denominaba conciencia humana. Que esta concepción haya sido objeto de fuertes polémicas no excluye que el hecho mismo de que el problema se haya planteado en el seno de la física tenga enorme significación.
En relación a Pseudomnesia, la pregunta es si cabe disociar totalmente de la autoría al ser humano que barruntó el proyecto, especulando sobre si un jurado artístico (de fotografía u otra disciplina) podría llegar a considerar como obra de arte una imagen sintetizada por un algoritmo. Pero hay una segunda pregunta: confunda o no confunda a un jurado, cuyos miembros cabe suponer a la vez sensibles y eruditos, ¿es realmente esta imagen una obra de arte?
“Donde algo auténticamente nuevo se escucha por primera vez con la serenidad de un nuevo amanecer”. Ante esta frase de Walter Benjamin (Paris Capital del siglo XIX, Olañeta 2021. Citado por Hélène Ling Inès Sol Salas,“ la literatura un producto más”, Le Monde Diplomatique Abril 2023), se piensa de inmediato en lo que habría de ser la escucha literaria o musical, o, cambiando de registro perceptivo, la impresión producida por la obra plástica. Se supone que no son al caso de recibo metáforas ya utilizadas y ni siquiera una combinación de las mismas que las hiciera irreconocibles en razón de la complejidad matemática. pues la conjunción de elementos insólitos no es garantía de esa radical “novedad” a la que hace referencia Benjamin. Pues bien, recojo en los mismos términos una pregunta elemental ya planteada: ¿hay entre las producciones de artefactos, alguna metáfora, alguna frase musical o algún rasgo pictórico que constituya realmente una emergencia, es decir, algo irreductible a la suma de la potencialidad de sus componentes, criterio de toda obra del espíritu humano que quepa calificar de creación?