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Cuando la evolución sirve al lenguaje

Por 1 de septiembre de 2023 Sin comentarios

Víctor Gómez Pin

La profesión de docente es forjadora de un vicio: la reiteración. Ello es incluso independiente de las disciplinas. Recuerdo a un profesor de matemáticas que empezaba su clase resumiendo enteramente lo hasta entonces avanzado a lo largo del curso. Su pericia era tal que esta propedéutica ocupaba exactamente los mismos minutos, aunque obviamente el contenido conceptual se había enriquecido semana a semana.  Preliminar este, para señalar que las consideraciones relativas a ciertos hechos fisiológicos que en esta columna me ocupan son en cierto modo un recordatorio, que creo necesario para la temática general que vengo tratando.

Compartimos con otros animales ciertos órganos que tienen una función biológica bien definida. El tórax, la garganta o los dientes son partes del organismo formadas en función de las necesidades fisiológicas, y evolucionaron mejorando la capacidad de adaptación del ser humano. Ciertamente la función principal de los pulmones es transformar el oxígeno en dióxido de carbono, como la de los dientes es masticar y no la de facilitar la articulación de sonidos.

Sin embargo, la forma y la ubicación de algunos órganos no se explica fácilmente si nos remitimos tan sólo a la evolución encaminada a la lucha por la supervivencia. Esto ya lo habían notado el psicolingüista Eric Lenneberg y sus colegas hace más de medio siglo (Eric Lenneberg, Biological Foundations of Language, John Wiley and Sons, New York 1967). Lenneberg mostró que, mientras la mayoría de los órganos se desarrollaron para servir a funciones vitales, como la respiración o la digestión, algunos de ellos empezaron a ejercer otras funciones, y esto fue aumentando progresivamente. Estas funciones estaban relacionadas con la capacidad de articulación del discurso, aunque ello tuviera un cierto gradode incompatibilidad con las funciones primitivas.

Los órganos que se desarrollaron para posibilitar la articulación se hicieron anatómicamente muy diferentes, comparados con los mismos órganos de cualquier especie, incluso estrechamente relacionada con la nuestra, como la de los chimpancés. La laringe fue propuesta como un ejemplo magnífico de las transformaciones causadas por este segundo criterio evolutivo. Es sabido que la laringe (dónde se ubican las cuerdas vocales) es un órgano esencial en la fonación en general y en la articulación lingüística en particular, aunque su originaria función no fuera esta, sino la de servir de conexión entre la faringe y la tráquea a través de la cual el aire llega a los pulmones. La posición de la laringe humana es quizás la diferencia anatómica más pronunciada en relación con otros mamíferos, chimpancés y gorilas incluidos.

En otros animales, la laringe juega un papel esencial a la hora de proteger la tráquea y los pulmones de los trozos de alimento que caen a lo largo del tubo faríngeo.  Pues bien, en el caso humano esta función tan esencial quedó dificultada por la posición que la laringe ocupa. Para cumplir su función fisiológica, en otros mamíferos la laringe se localiza en lo alto, justo detrás de la lengua. En nosotros, sin embargo, se ubica más abajo y por consiguiente la epiglotis   puede tener dificultad para obstruir el paso de los alimentos evitando que estos se deslizan hasta la tráquea. De ahí que seamos los animales mayormente susceptibles de atragantarnos al comer. En suma, el órgano evolucionó en su localización y estructura de tal modo que perdió eficacia para cumplir su función primordial.

Dada esta amenaza potencial, la pregunta surge: ¿por qué la naturaleza se desarrolla de un modo tan potencialmente lesivo para nuestra especie? La respuesta se encontraría en la ventaja que la posición inferior implica para la articulación de fonemas.  De hecho, la laringe humana parece formada y localizada para el discurso, y su objetivo original jugaría hoy tan sólo un papel secundario.  La singular ubicación de la laringe en los humanos ha supuesto una particular constitución de la faringe, que une la parte posterior de la boca con la apertura de cuerdas vocales. El conjunto favorece el discurso de dos modos: por un lado, incrementa la resonancia, la cual en otros animales se debe exclusivamente a las cavidades nasales u orales; por otro lado, permite la emisión de los sonidos «guturales», muy importantes en algunas lenguas como el árabe.  Por todo ello ha podido verse en la caída de la laringe una suerte de emblema del ascenso de la humanidad.

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Víctor Gómez Pin

Victor Gómez Pin se trasladó muy joven a París, iniciando en la Sorbona  estudios de Filosofía hasta el grado de  Doctor de Estado, con una tesis sobre el orden aristotélico.  Tras años de docencia en la universidad  de Dijon,  la Universidad del País Vasco (UPV- EHU) le  confió la cátedra de Filosofía.  Desde 1993 es Catedrático de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), actualmente con estatuto de Emérito. Autor de más de treinta  libros y multiplicidad de artículos, intenta desde hace largos años replantear los viejos problemas ontológicos de los pensadores griegos a la luz del pensamiento actual, interrogándose en concreto  sobre las implicaciones que para el concepto heredado de naturaleza tienen ciertas disciplinas científicas contemporáneas. Esta preocupación le llevó a promover la creación del International Ontology Congress, en cuyo comité científico figuran, junto a filósofos, eminentes científicos y cuyas ediciones bienales han venido realizándose, desde hace un cuarto de siglo, bajo el Patrocinio de la UNESCO. Ha sido Visiting Professor, investigador  y conferenciante en diferentes universidades, entre otras la Venice International University, la Universidad Federal de Rio de Janeiro, la ENS de París, la Université Paris-Diderot, el Queen's College de la CUNY o la Universidad de Santiago. Ha recibido los premios Anagrama y Espasa de Ensayo  y  en 2009 el "Premio Internazionale Per Venezia" del Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti. Es miembro numerario de Jakiunde (Academia  de  las Ciencias, de las Artes y de las Letras). En junio de 2015 fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco.

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