Víctor Gómez Pin
En este texto del profesor Arrizabalaga se evoca, en las primeras líneas, el problema fundamental de la contaminación sonora. El usuario del tren de cercanías Barcelona-Sitges (mero ejemplo) se encontrará muy a menudo con que el WC está en condiciones deplorables, cuando no simplemente precintado (con el socorrido argumento, por parte de Renfe, de que el incivismo de una parte de los viajeros hace inevitable tal medida). Por supuesto, en las horas punta, la aglomeración le obligará a viajar de pie y a renunciar, incluso, a la lectura de ese asténico alimento espiritual cotidiano que es el periódico, pues al abrirlo importunaría quizás a los viajeros contiguos. Pues bien:
Lo que no le faltará a nuestro ciudadano en esta etapa doble de su cotidiano ciclo (vagón, curro, vagón, tele, catre…vagón. Trascripción libre del metro, boulot, metro, tele, dodo,…metro, con el que los franceses se lamentan de la alienación a la que su vida ha quedado reducida) será la ración de Schubert, Vivaldi, Mahler… y hasta Schostakovitch, pues por sofisticación que no quede. Esos mismos Schubert, Vivaldi, etc… que nos atormentan cuando, desde nuestro hogar mecanizado, y tras un fallo de la conexión a Internet, llamamos a la compañía aérea, y topamos con el contestador -ya bañado en melodía- que nos anuncia a intervalos "en breves momentos le atenderemos".