Víctor Gómez Pin
En cierta ocasión en que visitaba al antropólogo Don Julio Caro para proponerle su incorporación a una facultad recientemente creada en San Sebastián, dándose la circunstancia de que había entonces elecciones, se quejaba de la indigencia de los eslóganes que colgaban de farolas y cubrían fachadas, señalándome con sorna que ningún candidato proponía algo que chocara con los buenos deseos o las buenas intenciones, los cuales, como el valor en la milicia, a cada uno se le suponen.
He tenido ocasión de repetir por activa y por pasiva que nadie necesita clases de virtud, que la capacidad de discernir entre quien se está comportando como un caballero y quien lo está haciendo como un cerdo es inherente a la condición humana, o si se quiere que el kantiano "imperativo categórico" es efectivamente un universal del espíritu.
Corolario de lo que precede es que los estudios de "Ética" han de consistir en todo caso en discernir las razones de Kant para afirmar tal aserto, y no en establecer un breviario de buenos comportamientos. En suma: ascética lectura de la kantiana Metafísica de las costumbres (también, obviamente, de las objeciones que se han hecho a este texto en idéntico registro de elevación conceptual) y no catequesis, más o menos laica.
Pues el problema del bien no consiste en discernir dónde reside, sino en asegurar las condiciones sociales de posibilidad de su eventual realización en el registro social, lo cual supondría entre otras cosas la lúcida asunción de que el bien tiene límites en nuestra condición animal o finita.