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Asuntos metafísicos 65: A vueltas con el viajero galileano.

Por 16 de septiembre de 2014 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Víctor Gómez Pin

Indicaba en la columna anterior que la filosofía no puede consistir en esa  inmersión en los átomos del conocimiento que constituye la ciencia (y en ocasiones la simple erudición), sino más bien en el esfuerzo por hacer perceptible  las enormes implicaciones de tal o tal  conocimiento puntual a la hora de interrogarse sobre el bagaje de conceptos y postulados implícitos que posibilitan una relación con el mundo. Evocaré lo más clásico:

En comparación con  el verdadero  cataclismo que para la visión  de la naturaleza supone  la einsteniana relatividad restringida, el llamado  Principio de Relatividad de Galileo puede parecer inocuo. Pero  no lo es en absoluto, y  de hecho en el mismo está ya en embrión uno de los aspectos más revolucionarios de la teoría relativista, a saber, la imbricación del tiempo en el espacio cuando dejamos de considerar exclusivamente lo que ocurre en nuestro sistema de referencia para medir distancias en un sistema que se halla en movimiento respecto al mismo. Las tesis centrales de Galileo forman hoy parte de la llamada cultura general, lo cual no quiere decir que sean  "conocidas", a menos de llamar conocimiento a la mera información carente de concepto (saber que tal pensador  sostiene una determinada tesis no supone en absoluto ser capaz de avanzar por si mismo un argumento en favor de la misma). No está pues quizás de más una revisión, sirviéndose de un apólogo.

No hay cambio en el interior…

El problema puede ser abordado con una pregunta del tipo siguiente: si consideramos un único sistema físico, si hacemos absoluta abstracción de  la eventual existencia de otros sistemas que se alejan o se acercan a él  ¿cabe realmente  diferenciar en algo su situación en reposo de su situación en movimiento rectilíneo uniforme? El carácter absoluto de la diferencia entre  reposo y movimiento rectilíneo uniforme sería difícil de negar si en un caso u otro  hubiera diferencias  físicas, por ejemplo si  ciertas magnitudes dentro del  mismo sistema cambiaran. 

Sea ese  tren al que tanto recurre Einstein, que podemos considerar arbitrariamente grande, parado en una determinada  estación. Para facilitar la representación imaginaria conviene a tenerse  a dos coordenadas espaciales, reservando la tercera para el tiempo; el tren será así  bi-dimensional. Puesto que el tren se halla estacionado, las distancias espacio temporales entre acontecimientos que  ocurran  dentro del tren   pueden ser expresadas mediante el mismo sistema de coordinación (t, x, y) que el  del andén, y con origen espacial coincidente con  la cola del mismo. Visto el tren desde el andén, su situación de reposo se traduce en que la trayectoria espacio-temporal del origen del tren es ortogonal a (x, y), de hecho confundida con la coordenada t del tiempo (en cada instante sigue en el mismo sitio).

Consideremos ahora que  el tren ha pasado a hallarse  en movimiento con velocidad constante v a lo largo de la vía, identificada al eje de los  valores x (haremos abstracción de lo que pasó en el momento de inevitable aceleración). Supongamos que el observador, ajeno a la existencia de un  exterior (ventanas cerradas), empieza a percibir dentro del tren perturbaciones en las distancias espacio temporales. Ejemplo fantasioso: percibe que la distancia entre dos  objetos en reposo en el vagón se ha reducido. Es más: percibe que la distancia misma que separa la pared delantera del vagón y la trasera también ha menguado. Desde luego, si algo de esto ocurriera habría una razón para decir que el tren no está en la misma situación en la que estaba.  Y si sospechamos que esta  reducción del espacio se debe a que tenemos una velocidad no nula, aunque constante, podríamos temer un eventual incremento de la misma.

En suma, si al pasar del reposo al movimiento rectilíneo uniforme ocurrieran cosas como   las descritas podríamos decir que el ser un viajero del tren supondría para esa persona paso a un nuevo universo espacio temporal, por así decirlo  a un nuevo mundo…

Sin embargo nada de esto ocurre,  las cosas dentro del tren acontecen  exactamente de la misma manera, concretamente: el espacio  del vagón sigue respondiendo a las mismas propiedades métricas; y por supuesto,  en este espacio  el tiempo sigue determinando planos de contemporaneidad que abarcan el conjunto entero de puntos y acontecimientos, de tal forma que todo se ubica en el presente, o se ha ubicado en el pasado, de manera perfectamente regular.

Si nuestro vagón es un laboratorio, entonces los resultados de experimentaciones complejas realizadas en la  situación de movimiento uniforme son exactamente iguales a los verificados en la situación en reposo, lo cual equivale a decir que no hay nueva situación: no hay experiencia mecánica que pueda dar testimonio de que nuestro ámbito propio se desplaza uniformemente, en lugar de hallarse en reposo.

…Exterior del tren galileano.

Para que algo ocurra, el viajero debe simplemente abrir la ventana y hacer experimentos que implican el exterior. Constata, por ejemplo, que cuando estaba el tren en reposo la distancia que una señal  que se hallaba junto a la vía a una distancia determinada, se halla ahora más cerca. O que un objeto que dejaba caer desde la ventana sobre un punto determinado de la vía cae ahora en otro punto…sin duda el tren se nueve al menos que lo que se mueve sea la estación en el sentido contrario, pues los resultados de ambas mediciones serían idénticos. Es decir, hay equivalencia  entre sostener  que las cambios son consecuencia de que un sistema de referencia se desplaza en un sentido y sostener que es el otro sistema el que  se desplaza en sentido contrario.

Considerando de nuevo el espacio-tiempo de tres dimensiones (t,x,y), en términos geométricos la apertura a la contemplación  del otro sistema se traduce de entrada en que le vemos efectuar una trayectoria  inclinada respecto al plano espacial, mientras que la nuestra se nos antoja ortogonal  y de hecho coincidente con la coordenada temporal. (1) Cierto es que  el observador integrado en el otro sistema otro  podría afirmar  que es al revés,  que su propio sistema de referencia (su propio mundo) es el que está en reposo y  que el primero se está alejando  en el sentido negativo del eje de los x, por lo que la trayectoria de este otro diverge de la propia. En suma:  para cada uno de ellos el que se inclina es el  otro.

Por ello quizás, la verdadera apertura a la alteridad  consiste en interesarse no sólo por el movimiento respecto  del otro respecto a nuestro sistema de referencia, sino por lo que pasa en su seno, su interna estructura y por los eventos espacio- temporales  que allí ocurren. Supongamos además que hay diálogo con un observador integrado en el otro sistema, interesado a su vez por el nuestro. Podemos entonces comparar no sólo lo que vemos en su mundo con lo que perciba él del mismo, sino también  lo que sabemos de nuestro propio mundo con su perspectiva. Ello con ayuda de la conocida "transformación de coordenadas de Galileo" que no es otra cosa que la formalización de lo que implicita o explicitamente, de manera consciente o automática aplicamos en nuestra cotidiana relación con el entorno físico.  Y aquí si que habrá una diferencia entre lo que al respecto nos dice Galileo y lo que más tarde nos dirá la Relatividad Restringida. Diferencia que radica esencialmente en el hecho de que para Galileo el tiempo tiene ese carácter de invariante al que arriba me refería.

Cambio de tren….el espacio se achica.

 El postulado de la invariancia del tiempo marca en efecto la visión del viajero galileano y por ello hay cosas del mundo físico que de ninguna manera puede aprehender.  Supongamos que antes de subir al tren sabía ya la distancia exacta que hay entre  entre   dos  estaciones consecutivas  P, Q del trayecto  y  se propone simplemente confirmar tal saber. La cosa es complicada, (pues como veremos ha de considerar los extremos  como acontecimientos simultáneos ha de determinar  la posición de  ambos en el mismo instante), pero supongamos que nuestro hombre tiene algún expediente para ello. Pues bien:

Comprobará entonces que la distancia se ha achicado, y lo mismo le ocurrirá con cualquier otra distancia espacial del exterior.  Pero no será ésta la única sorpresa. Pues en realidad la extraña modificación de las distancias exteriores  que el viajero constata no sería posible si la propia coordenada temporal  hubiera seguido siendo  común a interior y exterior. De nuevo se da el caso de que sobre  el asunto hay más información sobre la cosa que concepto. Vale pues quizás  la pena seguir con el apólogo, considerando ya que el viajero que creía haberse subido a un tren galileano de hecho se había embarcado en un tren lorenziano, es decir, un tren en el que acontecimientos que el considera con toda  razón simultáneos no lo son  en el exterior…y viceversa.


 (1) Sea un sistema en reposo  con centro en (t x y) = (0, 0 , 0).  En ausencia de fuerza que en él se ejercite, cabría decir que su espacio bidimensional  "se alza"en el tiempo, pasando su centro  a los puntos (1,0,0), (2,0,0), etcétera, es decir, su trayectoria  espacio temporal es ortogonal como decía respecto al plano espacial.
Consideremos ahora  que hay un segundo objeto físico  ubicado en  en el punto (t, x, y)= (0, 0, 1), es decir, separado en una unidad espacial en la dirección positiva del eje de las y  en el instante t0  y que un observador lo contempla desde el primer objeto, constatando lo siguiente: mientras que en t0 está a su misma altura  a lo largo del eje x, en el instante t1  está distanciado en dos unidades, en el instante t2 se halla alejado cuatro unidades, seis unidades  en t3 etcétera. Será fácil para el  observador inferir que sus trayectorias espacio temporales divergen, y que lo hacen según  una relación constante de dos unidades de medida por segundo en una única dirección y sentido. Si él se considera en reposo (recordemos que nada en sus experimentos internos le impide hacerlo) estimará  que la otra trayectoria está inclinada respecto a la verticalidad de la suya.
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Víctor Gómez Pin

Victor Gómez Pin se trasladó muy joven a París, iniciando en la Sorbona  estudios de Filosofía hasta el grado de  Doctor de Estado, con una tesis sobre el orden aristotélico.  Tras años de docencia en la universidad  de Dijon,  la Universidad del País Vasco (UPV- EHU) le  confió la cátedra de Filosofía.  Desde 1993 es Catedrático de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), actualmente con estatuto de Emérito. Autor de más de treinta  libros y multiplicidad de artículos, intenta desde hace largos años replantear los viejos problemas ontológicos de los pensadores griegos a la luz del pensamiento actual, interrogándose en concreto  sobre las implicaciones que para el concepto heredado de naturaleza tienen ciertas disciplinas científicas contemporáneas. Esta preocupación le llevó a promover la creación del International Ontology Congress, en cuyo comité científico figuran, junto a filósofos, eminentes científicos y cuyas ediciones bienales han venido realizándose, desde hace un cuarto de siglo, bajo el Patrocinio de la UNESCO. Ha sido Visiting Professor, investigador  y conferenciante en diferentes universidades, entre otras la Venice International University, la Universidad Federal de Rio de Janeiro, la ENS de París, la Université Paris-Diderot, el Queen's College de la CUNY o la Universidad de Santiago. Ha recibido los premios Anagrama y Espasa de Ensayo  y  en 2009 el "Premio Internazionale Per Venezia" del Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti. Es miembro numerario de Jakiunde (Academia  de  las Ciencias, de las Artes y de las Letras). En junio de 2015 fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco.

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