Víctor Gómez Pin
Hay quizás un momento en el que se experimenta que la cabeza (o si se quiere el espíritu) no da más de sí. La astenia de la palabra se manifiesta cuando se siente meramente que toda emoción ante la propia naturaleza queda lejos. La debilidad de las facultades perceptivas tiene entonces correlato en la debilidad del espíritu, la cual suele preceder a la primera. Asunto corroborado por el hecho de que, confrontados a la escritura, faltan las fuerzas para añadir algo que realmente no esté archirepetido. El trazado sobre el papel blanco produce una impresión de que aún sale algo, mas ¿qué pasa cuando el escritor deja incluso de hacer rasgos?
Ello puede no acarrear consecuencias cuando una suerte de cálido velo cubre la realidad de la vida, es decir, cuando la costumbre se asienta en un relativo confort afectivo y social, neutralizador de la capacidad de exaltarse como de la capacidad de abismarse. Mas todo se radicaliza cuando también el edificio social o, como tantas veces (así el caso del Narrador) el afectivo se derrumban. La pérdida de tensión del espíritu, la pérdida de confianza en el lenguaje, carece entonces de lenitivo, siendo la suerte del creador de la Recherche proustiana, de la que tanto he venido ocupándome aquí el haber escapado a este desastre.