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Adaptación de la universidad a la sociedad dada y prostitución de su ideario

Por 8 de julio de 2010 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Víctor Gómez Pin

Hace treinta años tuve ocasión de participar en un singular proyecto indisociablemente político e intelectual. El profesor Ramón Valls, eminente estudioso de Hegel, había sido nombrado Decano Comisario  y encargado de sentar las bases de lo que más tarde devendría Facultad de Filosofía de la Universidad del País Vasco, ubicada en la colina de Zorroaga en San sebastián. Yo entonces residía en Paris y daba clase en la Universidad de Dijon. Acepteé la propuesta siguiendo los pasos de Javier Echeverría, quien se había trasladado a San Sebastian desde Hannover.

En aquellos años el País Vasco era un auténtico hervidero y nuestro centro de Zorroaga se convirtió muy rápidamente  en un polo de atracción para toda clase de personas: estudiantes recién salidos del bachillerato obviamente, pero también trabajadores que se apuntaban a los cursos nocturnos, militantes políticos de las más variadas tendencias y profesores de diversas disciplinas(no sólo filósofos en el sentido convencional del término) que aceptaron la invitación de incorporarse al claustro de Zorroaga en razón de que presentían que la creación de una facultad de Filosofía era algo que va mucho más allá de la erección de un nuevo centro de estudios  con especialización disciplinar.

El ya fallecido filósofo francés Jacques Derrida fue uno de los que aceptó la invitación (junto a Pierre Aubenque, Julio Caro Baroja y tantos otros) de incorporarse al claustro, impartiendo un singular curso de doctorado que hubiera sido muy oportuno evocar durante las polémicas sobre la llamada declaración de Bolonia. Derrida se centraba en un texto de Kant que lleva el título de "El conflicto de las Facultades" y en el cual se defiende la tesis siguiente: el Departamento de Filosofía ha de constituir un departamento administrativo entre otros y sin embargo…toda la Universidad.

El substrato de la tesis de Kant es  la idea de que el concepto mismo de Universidad  exige que se de un lugar en el que las disciplinas particulares sean sometidas a un singular juicio, es decir:  sean  confrontadas  a las exigencias que se hallan en el origen de esas mismas disciplinas y que no son otras que exigencias puras de inteligibilidad. La Filosofía juzga del grado de fidelidad de cada disciplina del espíritu a lo que de hecho constituye su propia matriz.. En este sentido la Filosofía es la condición de posibilidad de que se configure  una universidad digna de tal nombre, es decir un lugar caracterizado por el desinterés y auténtico espejo de todo ideario de libertad y enriquecimiento del  espíritu que pueda darse en la sociedad global.

Útil es recordar  todo esto cuando, con motivo del proyecto de Bolonia, se repite una y otra vez que la Universidad ha de estar al servicio de la sociedad y que este servicio sólo es posible si la formación que depara  responde a las exigencias (económicas en primer lugar) de la misma.

Se trata de una auténtica- y deplorable- inversión de jerarquía. Cabe decir de la Universidad lo que Marcel Proust dice del arte, a saber, que debe realmente servir a los demás, pero que ello sólo es factible siendo rigurosamente fiel a sus propias exigencias (ya he tenido ocasión de escribir al respecto que sólo el radical valor moral del Guernica es  corolario de su peso artístico y que de tratarse de una obra mediocre, en nada o muy poco hubiera contribuido a subvertir nuestras conciencias). ¿Podría la Universidad responder a su concepto si adaptase su configuración administrativa, sus planes de estudios y la ordenación de las disciplinas a una sociedad que estuviera caracterizada por la negación efectiva de libertades o el abuso del débil? Nadie se atrevería a sostenerlo. Pues bien: en nuestras sociedades hay múltiples colectivos-camareros y taxistas por ejemplo- en los que el horario de trabajo puede alcanzar las doce y hasta las catorce horas. Se trata de sociedades dónde esta forma de condena al embrutecimiento se complementa con un ocio más embrutecedor todavía, de tal manera  que e halla excluida  toda forma de humanismo, es decir, toda confianza en la sentencia de Aristoteles según la  cual está en la naturaleza de todos los humanos el deseo de una vida libre y lúcida.  ¿Es a las exigencias de este tipo de sociedades a lo que debe adaptarse la Universidad?

La Universidad no debe adaptarse a nada más que a las exigencias de  la razón y a los imperativos de la libertad. Y si esto es imposible en una sociedad dada es obvio que lo que que hay que transformar es la sociedad, en lugar de sacrificar el ideario de la Universidad. Seguiré tratando el tema.  

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Víctor Gómez Pin

Victor Gómez Pin se trasladó muy joven a París, iniciando en la Sorbona  estudios de Filosofía hasta el grado de  Doctor de Estado, con una tesis sobre el orden aristotélico.  Tras años de docencia en la universidad  de Dijon,  la Universidad del País Vasco (UPV- EHU) le  confió la cátedra de Filosofía.  Desde 1993 es Catedrático de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), actualmente con estatuto de Emérito. Autor de más de treinta  libros y multiplicidad de artículos, intenta desde hace largos años replantear los viejos problemas ontológicos de los pensadores griegos a la luz del pensamiento actual, interrogándose en concreto  sobre las implicaciones que para el concepto heredado de naturaleza tienen ciertas disciplinas científicas contemporáneas. Esta preocupación le llevó a promover la creación del International Ontology Congress, en cuyo comité científico figuran, junto a filósofos, eminentes científicos y cuyas ediciones bienales han venido realizándose, desde hace un cuarto de siglo, bajo el Patrocinio de la UNESCO. Ha sido Visiting Professor, investigador  y conferenciante en diferentes universidades, entre otras la Venice International University, la Universidad Federal de Rio de Janeiro, la ENS de París, la Université Paris-Diderot, el Queen's College de la CUNY o la Universidad de Santiago. Ha recibido los premios Anagrama y Espasa de Ensayo  y  en 2009 el "Premio Internazionale Per Venezia" del Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti. Es miembro numerario de Jakiunde (Academia  de  las Ciencias, de las Artes y de las Letras). En junio de 2015 fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco.

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