Javier Rioyo
No estoy seguro que el fútbol nos haga mejores. Incluso tengo muchas dudas. Pero sí, algunas veces, nos hace más felices. Ayer durante una hora y media fuimos pasionalmente españoles. No llegamos a esos que cantan por las calles:"¡Yo soy español, español, español". Ser español. Ser de España. Pues sí, eso nos pasa a unos millones vivos y a muchos millones de muertos. Creo que es inevitable si lo eres y si no quieres cambiar la nacionalidad por razones de trabajo, vida, política o hartazgo. Sigo siendo español a pesar de todos los que me atizan con sus cantos, sus banderas y sus himnos. Lo soy porqué me tocó y, además, me gusta. Y me gusta a pesar de tantos españoles.
Soy español de la selección de fútbol. De esos jóvenes ricos que tienen cabeza y piernas. Soy español como David Villa, pero sin decir "¡Arriba España!", como le gustaba decir al "guaje" antes de entender- creo- que quería decir eso. Antes de que fuera una estrella del Barca. Mucho más que un club. Mucho más que el equipo mayoritario de Barcelona. Español y del Barca, además de catalán y español, comp. Carlos Puyol. El héroe de ayer.
Hoy desde Santander, al lado del estadio del Sardinero, ese lugar de épicas del pasado y de poco fútbol de ahora, me doy cuenta que el fútbol es lo que nos queda de España. De varias españas. Dentro de pocas horas muchos catalanes cabreados con la roñosería española del Estatut quiere robarles señas de identidad. Manifestarán sus diferencias, sus desacuerdos con España. Hoy, por la selección, sus periódicos referentes, sus medios de comunicación hablan del éxito de la selección española como algo suyo. Con seis jugadores del Barca y un héroe español y catalán llamado Carlos Pujol. Una cabeza que hace patria.
Pujol "el emperador" dice la prensa de Cantabria. Pujol tan español como aquél emperador alemán que murió bebiendo cerveza entre las molestias de la gota en su retiro español de un lugar de Extremadura. Pujol, Carlos I de España y V de Alemania. Otra vez volviendo al sueño imperial. Y todo por un cabezazo bien dado en un momento oportuno a una cosa redonda de cuero. ¿Así se forjan los imperios? No creo. Más bien es que los imperios, las patrias y los españoles ya no somos lo que fuimos. En la España de la crisis, en la caída del imperio de Zapatero, en nuestro debilitado imperio, otra vez no se pone el sol. Somos mundiales desde Gasol a Nadal, desde Lorenzo a Pujol. El imperio ya no es de los castellanos. Si la bolsa sona, Barcelona es bona. Y sus jugadores son cojonudos aunque sean españoles.