Víctor Gómez Pin
Un ser vivo es un sistema abierto sometido al segundo principio de la termodinámica, constituido además por una pluralidad de componentes también reglados por el mismo principio. Se da sin embargo la particularidad de que el cambio que se da en un ser vivo no es reductible a la suma de los cambios de cada uno de los componentes, lo cual conlleva una infracción a la linealidad: simplemente la vida no es lineal . La vida es en este sentido algo que efectivamente sobreviene no sólo de manera imprevista sino de manera imprevisible. Un misterio desde luego para todo espíritu reduccionista.
No pudiendo ser explicada exhaustivamente por la yuxtaposición de las características o potencialidades de sus componentes considerados aisladamente, y ni siquiera sumando las características de las variables exteriores imprescindibles, la vida es un fundamental ejemplo de eso que se ha dado en denominar "emergencia". El segundo principio de la termodinámica (el tiempo, como irreversibilidad del incremento de caos si se quiere) sólo legisla si nos circunscribimos a un sistema aislado (ya se trate de ese sistema que es el mundo), no cuando hay pluralidad de sistemas y relación entre ellos. La vida emerge y se despliega aprovechando las oportunidades que ofrece esta pluralidad: importa energía a la vez que exporta sus propios residuos, excreta su propio tiempo.
Pero hay razones para considerar que el lenguaje humano supone un caso de emergencia aun más singular que la vida. Los neuro-fisiólogos nos presentan el lenguaje como fenómeno emergente resultante del ejercicio de los circuitos nerviosos, pero cabe pensar que tal actividad es más bien una condición de posibilidad que una condición exhaustiva del tipo de emergencia que manifiesta el lenguaje, y en el seno del mismo las modalidades que adopta la facultad humana de razonar. El problema del determinismo y la emergencia se plantea en términos diferentes para cada una de ellas.
Kant establecía una tripartición en el seno de la razón traducida en la existencia de tres tipos de juicios: habría en primer lugar los juicios cognoscitivos, en los cuales el eventual acuerdo entre los sujetos se sustenta en algo objetivo (el átomo de hidrógeno tiene un solo electrón, raíz cuadrada de dos es un número irracional, etcétera); vendrían después los juicios morales, sustentados en un imperativo inherente a los seres de razón (de ahí que nadie duda de que el abuso del débil es rasgo suficiente para hablar de comportamiento vil); habría finalmente los juicios estéticos en los que el acuerdo intersubjetivo -sentimiento de lo sublime o de lo repulsivo- trasciende lo objetivable (la precisión técnica en el pianista se le supone, y no es la objetividad física de las notas emitidas lo que nos pone de acuerdo en la emoción).
En cada una de estas modalidades de expresión de la razón humana pueden darse casos de emergencia. En el seno del conocimiento (y en concreto de esa modalidad paradigmática que llamamos ciencia) la emergencia coincide con la aparición de algunas de las hipótesis fértiles que revolucionaron su devenir. Una hipótesis fértil es algo que surge necesariamente de una aporía, de la necesidad de una reacción adecuada ante una situación apremiante, como lo fue la hipótesis de la relatividad de tiempo y espacio, o la del carácter discreto (en ciertas condiciones) de la luz, ante la crisis en la que se veía la física en el arranque del pasado siglo; respuestas literalmente de emergencia. Y quizás con mayor dificultad cabe encontrar ejemplos análogos en el caso de la historia de las ideas morales.
Pero parece del todo evidente que el marco para hablar de emergencia concerniendo las actividades de los seres de razón es el de la tarea artística. El hecho mismo de que se utilice al respecto el término "creación" es absolutamente significativo. Ciertamente también respecto a la ciencia cabe hablar de creación. De hecho la previsión teórica de la existencia de partículas que no se encuentran en la naturaleza viene a ser verificada "creándolas". Creación obviamente no ex- nihilo sino, por ejemplo, a partir de la energía de fotones sometidos a interacción en aceleradores de partículas, en los que la técnica del hombre reproduce de alguna manera lo que sucede en una supernova en el momento de una explosión, o lo que aconteció en el big bang.
Pero cuando se habla de creación y creatividad en el arte se está haciendo referencia a algo más. El hacer de un escultor que trabaja la piedra o el hierro se solapa en parte con el hacer del artesano e incluso con el hacer del científico (bueno para ese escultor es el conocimiento riguroso de la resistencia de materiales) y sin embargo…el artista hace otra cosa. Ello no quiere decir que lo haga como resultado de una consciente voluntad y de una consciente deliberación. Hay muchas razones para sospechar que más bien la conciencia entra poco en juego en el trabajo de creación (lo que hay es mucho pensamiento y esfuerzo), siendo por el contrario omnipresente en el momento del reconocimiento o del fracaso.
El fruto del trabajo del arte no es tanto prueba de albedrío como de emergencia en el sentido fuerte, es decir, ausencia de reducción de lo que surge a partir de lo ya dado. Y un último apunte: ¿hace el artista otra cosa que lo que podría hacer una inteligencia maquinal y por ende programada? ¿Cabría programar una máquina para mostrar la libertad de escribir (respecto a los celos): "¡Oh entre el néctar de amor mortal/ veneno, / Que en vaso de cristal quitas la vida!/ Oh espada sobre mí de un pelo asida/De la amorosa espuela duro freno!"? Sí parecía responder sin ambages un importante físico de la Universidad de Barcelona durante un coloquio reciente. Cabe sin embargo la duda y la discusión.
Antes, paralelamente y después del lingüista Emile Benveniste (que apoyaba la tesis con gran acuidad argumental) se ha intuido que el lenguaje es la única cosa del mundo que un conjunto limitado de recursos encierra potencial infinitud, lo cual se traduce en su capacidad de otorgar significación a todo, tanto a las cosas empíricas como las cosas propias al mismo ser de lenguaje, las emociones, los quebranto, grandes o chicos, las profundas alegrías y las pequeñas miserias? ¿Cabría pues (programando esa máquina susceptible de hacer poesía) programar la libertad? ¿O hemos de pensar que en realidad el problema no se plantea porque la creación en el arte es también ilusoria, que ni siquiera hay libertad en el hecho – aparentemente inútil para la vida- de fraguar una metáfora, y en suma (nihilismo radical) pensar que ni siquiera el lenguaje humano es matriz de verdadera emergencia?