Vicente Molina Foix
Mal conocido en España y poco traducido al castellano, V.S. Pritchett fue sin embargo uno de los escritores que mejor nos conoció y nos recorrió, nos disfrutó, se rió de y con nosotros, nos entendió sin halago, y, si la palabra no suena meliflua, nos amó, en un amor, ya se ve, no correspondido. Nos faltan sus novelas y, sobre todo, sus numerosos y magníficos cuentos (aunque están disponibles dos selecciones de estos, ‘Amor ciego’ y ‘La mujer de Guatemala’), pero ahora podemos leer uno de sus fundamentales ensayos viajeros, ‘El temperamento español’, que llega además en una excelente traducción de Ramón de España (Gatopardo Ediciones, Barcelona, 2015). Desde las primeras páginas, este escritor inglés, en su país tenido como un clásico contemporáneo y, en tanto que periodista largo tiempo vinculado al prestigioso semanario progresista New Statesman, un referente intelectual de primera magnitud, nos habla de España con un desparpajo y una agudeza extraordinarios, a la vez que demuestra su gran familiaridad con el país, con sus gentes, su historia, su arte, y su literatura, que cita a menudo con notable pertinencia. Todo ello fruto, sin duda, de las largas estancias y repetidos viajes en una dilatada vida de casi cien años (1900-1997).
En el capítulo V, Pritchett hace una cándida confesión:"vivo básicamente de lo que veo", y esto tiene primacía en un libro en que el ojo del autor es perspicaz y profundo, curioso, rico en matices, y sobre de largo alcance, pues es capaz de combinar la descripción paisajística y étnica (con estupendas viñetas sobre Granada y la Alhambra, el Escorial, las tierras almerienses, el Levante barroco y feraz o, en la página 83, el físico de los hombres y mujeres españoles), sin apartar nunca el oído de nuestra lengua, "seca, áspera y quebradiza, una especie de latín del desierto", así como "concisa y rápida, llena de segundas intenciones" (páginas 46 y 84, respectivamente). Ahora bien, Pritchett no solo ve y curiosea la geografía del país, según él el más variado y original de Europa, donde "la naturaleza ha gozado de mucho espacio, grandes medios y ningún freno a sus caprichos". Su mirada nos radiografía: las creencias religiosas, los deseos, el contenido del alma. El temperamento. Un país apasionado, pugnaz y rencoroso, "gran productor de exiliados", "incapaz de tolerar a su propia gente" y marcado por sus exclusiones: "Los moros, los judíos, los protestantes, los reformistas…fuera de aquí; y que se larguen también, en distintos períodos, los liberales, los ateos, los curas, los reyes, los presidentes, los generales, los socialistas, los anarquistas, los fascistas y los comunistas; fuera la derecha, fuera la izquierda, fuera cualquier gobierno". Parece escrito ayer, y la primera edición del libro es de 1954.
Resulta inverosímil que este arduo país que tenemos haya atraído desde el siglo XVIII a tal cantidad de británicos flemáticos y parsimoniosos. Los ha habido sarcásticos como Richard Ford, fantasiosos como Laurie Lee, entregados como Gerald Brenan o un poco distantes como Robert Graves, pero siendo todos ellos estupendos escritores enamorados de lo español, nadie, a mi juicio, ha tenido la finura moral y la sensatez de un amante tan ‘fou’ como este honorable Sir Victor Sawdon Pritchett siempre parapetado tras sus dos iniciales.