Vicente Molina Foix
En las palabras de presentación de su nuevo libro ‘La música de las letras’, Fernando Savater proclama que "la delicia es leer, escribir constituye solo una tarea […] de igual modo lo que hace disfrutar es el banquete, no cocinar". Tratándose de un indudable gourmet de las letras como él, hay que añadir sin embargo que el autor ha cocinado mucho en esta fructífera vida suya que ‘solo’ cuenta con 63 años. Los paladares de cientos de miles de lectores fieles, entre los que me cuento, pueden dar fe de ello y estarle además agradecidos: los platos de la cocina filosófica y literaria ‘savateriana’ son pura proteína, saben muy bien y dejan un regusto que nunca adormece.
En la recopilación que ahora edita Sello Editorial encontramos de vez en cuando al formidable polemista, con algún dardo certeramente apuntado a las malas causas que se lo merecen. Pero lo que prima en estas casi 250 páginas de deliciosa lectura es la figura inquieta del ‘afrancesado’ con tendencias anglófilas, la del inteligente y voraz lector y la del compañero, fiable, informado y emprendedor siempre en la exploración de los viajes al fin de los libros. Los mejores libros (Camus, Gide, Montaigne, Borges, Schopenhauer, Octavio Paz, Cioran) y los libros también ligeros, hípicos, de aventuras juveniles y hasta de cómic.
Al final del texto que abre ‘La música de las letras’, una semblanza de Jesús Aguirre (que fue como es sabido sacerdote antes que duque de Alba), Savater evoca su primera y ya muy percutiente obra, ‘Nihilismo y acción’, editada generosamente por Aguirre, director entonces de Taurus. "No soy el padre, sino el hijo de ese librito", afirma Savater, sugiriendo que el fecundo autor de tantas y tan esenciales obras posteriores surge del aquel descarado joven rebelde que un día a principios de los años 1970 se presentó ante el cultísimo cura con su manuscrito. De ahí que mi lectura de ‘La música de las letras’ haya seguido, de un modo impremeditado pero natural, el itinerario de una saga biográfica en la que el filósofo donostiarra nos va deparando, en lugar de príncipes de leyenda y ogros no-filantrópicos, la galería de unos héroes dotados de elocuencia, de saber, de ingenio y no pocos de ellos de una remarcable bravura moral.
En su imaginaria ‘Carta a Albert Camus’, Savater le dice al autor de ‘El extranjero’ que nadie definió mejor que él el encanto personal: "una manera de oír que nos responden sí antes de haber planteado claramente ninguna pregunta". Confieso haber sido, desde que nos conocimos como estudiantes de Filosofía en las aulas de la Universidad Complutense, una víctima voluntaria de ese encanto savateriano, y mi "sí" se lo he ido dando a lo largo del tiempo de una manera constante. Un sí a su siempre sugestiva obra plural y un sí lleno de admiración a sus pronunciamientos éticos y políticos, que han sido, lógicamente, cambiantes, sin dejar de ser nunca pertinentes y muy valientes.