Javier Fernández de Castro
El burka como excusa es un libro de combate. Y la autora, Wassyla Tamzali, una prestigiosa feminista argelina, lo deja en claro desde el primer momento al calificar a esa prenda de "sudario", "cárcel de tela". "instrumento de opresión" y "objeto de envilecimiento para hombres y mujeres". Dicho lo cual emprende una implacable labor de demolición, para empezar contra el uso de la denominación de burka, una palabra de origen pastún que ha sido adoptada en todo Europa porque resulta más fácil de pronunciar que otras acepciones quizás más extendidas, como niqab, khimâr o lithâm. Wassyla Tamzali también declara no sentirse interesada por el origen de esa prenda y que le da lo mismo si fue una desgraciada ocurrencia de Ciro el Grande o de un rey de principios del siglo XX llamado Habibullah el Celoso, y que la adoptó para velar a las doscientas esposas de su harén. Lo que a ella de verdad le interesa es poner las cosas en claro y terminar en lo posible con algunos de los equívocos y mixtificaciones más dañinos y generalizados a lo largo de los debates sobre el burka: "Lo que está en juego aquí no son trozos de trapos, de colores, de formas y longitudes diversas sino visiones del mundo y proyectos de vida diametralmente opuestos".
Y de ahí su violenta reacción contra posturas nada comprometidas, y que encima parecen dictadas por un falso progresismo, como las de quienes opinan que, al fin y al cabo, se trata de costumbres importadas por gentes "que no son como nosotros, y que si quieren esconder a sus mujeres ello no afecta a la paz social". Esas posturas, unidas a las irrenunciables pugnas hegemónicas entre los principales partidos políticos europeos han provocado situaciones injustas y peligrosas de cara al futuro. Si el tema de la emigración ha sido adoptado por la derecha y la extrema derecha como uno de sus caballos de batalla, la izquierda, automáticamente, se ha creído obligada a oponerse a cualquier medida propuesta por sus contrincantes, lo cual conduce a situaciones harto paradójicas, pues actualmente, y ello es particularmente cierto en España, propugnar la prohibición de todo tipo de velo es reaccionario e intolerante, y por tanto de derechas. Al mismo tiempo, la demonización del burka suscita consecuencias curiosas, como es por ejemplo la dignificación indirecta del velo, pues en comparación con el "sudario" del burka cualquier otra prenda resulta progresista.
El problema de fondo es que los islamistas más radicales – y no deja de ser preocupante que Tarragona se haya convertido en una especie de cabeza de puente del salafismo más retrógado y beligerante – están utilizando los supuestos símbolos identitarios como armas de combate para imponer su ideología. En los países árabes, los regímenes más o menos militarizados surgidos del poscolonialismo están pactando con los movimientos islamistas radicales con tal de conservar el poder. Y, desde hace algún tiempo, lo mismo está ocurriendo en Europa, y el rechazo o la suavización de las leyes que pretendían prohibir el uso del burka en Bélgica, Francia, Gran Bretaña, Dinamarca o España son una prueba de esa contemporización que, según Wassyla Tamzali, no hace sino reforzar a los radicales islámicos a cambio de nada.
De todas formas, y unque sólo fuera por una cuestión de simetría, junto con los debates sobre "la cárcel del burka", deberían entablarse en Europa debates similares sobre la "cárcel del desnudo" a la que se ven condenadas las mujeres "del mundo libre". Y así como no hay una sola película española sin su correspondiente escena de cama (qué pretenderán enseñar a estas alturas) basta acercarse a un quiosco de prensa para comprobar que incluso los editores de libretas de crucigramas consideran que para vender es imprescindible poner en la portada mujeres jóvenes y ligeras de ropa.
El burka como excusa
Wassyla Tamzali
Saga Editorial