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Santos y camaradas

Por 1 de diciembre de 2021 Sin comentarios

Vicente Molina Foix

“El pueblo italiano siempre ha despreciado a los hombres que no son sino hombres: es un pueblo que está siempre a la búsqueda de Dios, que arde siempre en el deseo de verlo con sus propios ojos, de tocarlo con sus manos, de besarlo con sus labios, de oírlo con sus oídos, en todas sus manifestaciones, en todas sus formas, en todos sus disfraces humanos. Los italianos saben muy bien que Dios existe”. Estas palabras son de Curzio Malaparte, una de las grandes figuras literarias del período de entreguerras mundiales seducida por la retórica sanguinaria de los dictadores; en su caso, él las refería a Benito Mussolini, y formaban parte de un retrato literario que Malaparte dejó inconcluso y publicó en sus dos secciones fragmentarias la editorial Sexto Piso bajo el título Muss/El gran imbécil.

Malaparte vivió menos años (1898-1957) que otro gran poeta fascista, Gabriele D´Annunzio (1863-1938), pero los vivió más tarde, por lo cual tuvo tiempo de ver con mayor profundidad de campo los estropicios y las baladronadas del Duce, a quien comenzó ya a atacar en la década de los 40, siendo expulsado Malaparte del partido de Mussolini antes de la Segunda Guerra Mundial, durante la que colaboró en tareas de informante y espía con los Aliados. Por el contrario, D´Annunzio fue plenamente, hasta su muerte, un seguidor contumaz aunque no dócil del dictador italiano, y es ese periodo final de la vida del escritor de Pescara la que refleja El poeta y el espía (Il cattivo poeta, Italia, 2020), la película de Gianluca Jodice: la vida de un santo (libertino) y un héroe (mártir de guerra), vista a través de los ojos del joven oficial al que el gobierno mussoliniano, celoso de las extravagancias visionarias que el gran poeta nacional llevaba a cabo en su micro Valhalla del Vittoriale, junto a las orillas del lago de Garda, envía como espía protector de alguien que, como se afirma en el verso de Gimferrer, “Tuvo el don de decir con verdad la belleza” (del poema Sombras en el Vittoriale del libro de 1966 Arde el mar). Y como, al decir de Malaparte en ese esbozo biográfico de Muss ya mencionado, “un santo y un héroe son lo mismo” para sus compatriotas, a la plebe italiana “le gusta vivir en la continua espera de un milagro, en el ansia continua de saber si el que aparecerá por la esquina de la calle será un gendarme o un ángel” (cito por la traducción de Juan Ramón Azaola en Sexto Piso). El actor y director de cine Sergio Castellitto lleva a cabo una composición magistral del histrión que probablemente fue D´Annunzio, siempre deseoso de la adoración, no toda ella nocturna, y de los favores femeninos, a los que respondía con su florido talento: varias de sus obras menos perecederas son las piezas dramáticas que le escribió a su amante Eleonora Duse, y la legendaria Duse estrenó.

La película de Jodice se ve con notable fascinación, en gran medida por su arte, y hablo aquí del arte que envolvía cada una de las fantasías o ensueños del poeta, tanto en su refugio lacustre del Vittoriale, ampliamente filmado, como en los trasfondos arquitectónicos, siempre lucidos, de la estética imperio-fascista del régimen, así como en sus desfiles y ceremonias; el rito fúnebre que le rinde el 1 de marzo de 1938 el propio Duce, dispuesto a superar en gesticulación dolorida y correajes marciales al fallecido es sin duda la escena más elocuente del film.

Se me hizo ameno pensar, mientras la veía, y siendo Konchalovski un peso pesado del cine soviético pujante en la época del Telón de Acero y posteriores deshielos, que Queridos camaradas imitase tal vez el formato, el color y el espíritu del polaco autor de Ida y Cold War Pawel Pawlikowski: el ocupante que le saca provecho al ocupado. El minimalismo en blanco y negro, el predominio de las escenas intimistas, la desolación del paisaje, funciona en Queridos camaradas como antídoto de la tradición lírico-telúrica del gran cine ruso post-revolucionario, que Andréi Konchalovski encarnó con gran efectividad al menos en su épica saga Siberiada (1979).La nueva película empieza con una escena de cama, aunque pronto se sabe que sus partenaires son gente de la política; la mujer, magníficamente interpretada por la actual esposa del director, Yuliya Vysotskaya, tiene un cargo de responsabilidad en el Partido, y le declara al amante entre suspiros su nostalgia del tiempo en que Stalin, muerto en 1953, mandaba. Pero nos hallamos en 1962, Kruschov está al frente del gobierno, y en la provincia donde sucede la acción sucedió realmente, en la ciudad de Novocherkassk, esta revuelta con más de treinta muertos a manos del ejército, desconcertado por unas órdenes superiores que empujaban al disparo de las armas de fuego y el uso de tanques contra la población civil salida a la calle para apoyar a unos obreros huelguistas. Es todo un contraste, tras el culto a las personalidades megalómanas que El poeta y el espía muestra con tanta prosopopeya, ver en Queridos camaradas en mero retrato de pared o imagen de noticiero la efigie de Kruschov.

Es sabido que los MijalKov Konchalovski, con y sin guión en sus apellidos, forman una dinastía cinematográfica, en cuyo árbol genealógico no vamos a adentrarnos aquí. Dejando de lado al padre de ambos, autor de libros infantiles y guionista, yo siempre fui incondicional del hermano menor, Nikita Mijalkov, aunque tanto éste como el mayor Andréi fueron sospechosos (y como tal, acusados) de connivencia con los gerifaltes de los regímenes anteriores a la caída de la Unión Soviética. Andréi hizo carrera en Hollywood, ya entrado en años (ahora tiene 83), y para mí, que no he seguido su filmografía puntualmente, este muy conseguido retrato de una disidencia y una pérdida de fe comunista se abre a dos interpretaciones: el ajuste de cuentas con el propio pasado político o la soterrada loa del estalinismo. Si elegimos la primera lectura, hay que destacar el brío de las secuencias de asalto y represión de los ciudadanos (con ecos de El acorazado Potemkin); la segunda añadiría a la personalidad de la mujer alto mando una capa de enigma y ambigüedad. En cualquier caso, la película progresa hasta una segunda mitad de largo viaje a la noche en la que la pesquisa (con final feliz) abre puertas a una reconciliación. ¿De una sola familia, la de ficción? ¿Del propio cineasta con su entorno natal?

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Vicente Molina Foix

 Vicente Molina Foix nació en Elche y estudió Filosofía en Madrid. Residió ocho años en Inglaterra, donde se graduó en Historia del Arte por la Universidad de Londres y fue tres años profesor de literatura española en la de Oxford. Autor dramático, crítico y director de cine (su primera película Sagitario se estrenó en 2001, la segunda, El dios de madera, en el verano de 2010), su labor literaria se ha desarrollado principalmente -desde su inclusión en la histórica antología de Castellet Nueve novísimos poetas españoles- en el campo de la novela. Sus principales publicaciones narrativas son: Museo provincial de los horrores, Busto (Premio Barral 1973), La comunión de los atletas, Los padres viudos (Premio Azorín 1983), La Quincena Soviética (Premio Herralde 1988), La misa de Baroja, La mujer sin cabeza, El vampiro de la calle Méjico (Premio Alfonso García Ramos 2002) y El abrecartas (Premio Salambó y Premio Nacional de Literatura [Narrativa], 2007);. en  2009 publica una colección de relatos, Con tal de no morir (Anagrama), El hombre que vendió su propia cama (Anagrama, 2011) y en 2014, junto a Luis Cremades, El invitado amargo (Anagrama), Enemigos de los real (Galaxia Gutenberg, 2016), El joven sin alma. Novela romántica (Anagrama, 2017), Kubrick en casa (Anagrama, 2019). Su más reciente libro es Las hermanas Gourmet (Anagrama 2021) . La Fundación José Manuel Lara ha publicado en 2013 su obra poética completa, que va desde 1967 a 2012, La musa furtiva.  Cabe también destacar muy especialmente sus espléndidas traducciones de las piezas de Shakespeare Hamlet, El rey Lear y El mercader de Venecia; sus dos volúmenes memorialísticos El novio del cine y El cine de las sábanas húmedas, sus reseñas de películas reunidas en El cine estilográfico y su ensayo-antología Tintoretto y los escritores (Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg). Foto: Asís G. Ayerbe

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