
Vicente Molina Foix
Traducir cuatro obras de Shakespeare por voluntad propia y en distintas épocas ha sido el reto más difícil de mi larga vida de escritor: una experiencia creativa, enfrentado devotamente a uno de los mayores artistas de la literatura de todos los tiempos.
Dentro de las Tragedias, Hamlet y El rey Lear son sin duda títulos fundamentales; su arrastre narrativo, la riquísima galería de sus personajes, su trepidante acción, permite leerlas como grandes novelas dialogadas. El atormentado príncipe de Dinamarca habla con hermosas metáforas y vive en las preguntas, que a menudo no sabe responder. Por el contrario, Lear encarna la personalidad caprichosa de un padre que paga su soberbia patriarcal con el desdén y la humillación de sus descendientes, sin saber ver en su hija menor Cordelia el verdadero vínculo del amor filial.
Traducir no es traicionar, sino reconstruir un universo de palabras que debería ser una morada tan acogedora y tan elocuente como la del original.
En el primer tomo de sus Tragedias publicado por la editorial Anagrama en formato especial hemos querido reflejar la angustia del príncipe danés Hamlet, las locuras de amor de Ofelia y de la Reina madre Gertrudis, la ceguera culpable de un rey Lear extraviado en una naturaleza de bestias salvajes y tormentas furiosas.
Pero en ese contexto de conspiración criminal y traiciones no falta el humor más ocurrente, que, fundido con el horror, hace de estas dos tragedias una de las más altas cumbres del genio incomparable de Shakespeare.