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Maneras de ser viejos

Por 11 de diciembre de 2021 Sin comentarios

Vicente Molina Foix

 

Clint Eastwood nunca trabajó de actor con John Ford ni con Howard Hawks, pero yo veo en su última etapa como director un aliento fordiano y una manera hawksiana de tratar las diferencias de edad y sus enseñanzas. Tras su destacada función en Million Dollar Baby, en Gran Torino y en Mula, el tema de las paternidades fronterizas reaparece en Cry Macho, desafortunado título de una pequeña y deliciosa parábola en la que Eastwood, que ya ha cumplido 91 años, evita siempre que puede los primeros planos y muestra ante la cámara las limitaciones de su cuerpo cuando está en movimiento, sin por ello perder la ironía ni la ocurrencia del magnífico director que es. Hay cosas que el antiguo jinete de tantos westerns, los genuinos y los spaghetti, ya no puede hacer, aunque no figure entre ellas el coqueteo y tal vez el amor; la relación que Mike, su personaje de envejecida estrella del rodeo  establece con la dueña mexicana de la cantina de carretera tiene el carácter de una seducción asistencial que podría tal vez terminar en matrimonio o no pasar del petting. De ambas cosas hay sugerencias, pero no evidencias.

Se trata además de una película histórica, puesto que se indica que la acción sucede en 1978, si bien tanto Texas como Tijuana aparecen intemporales, como ciudades de hoy; hay lugares que cambian en sí mismos para permanecer. A Mike, un hombre sin recursos en su decadencia, un amigo al que le debe un gran favor le pide cruzar la frontera para convencer a su hijo pródigo de que vuelva con él al sur de los Estados Unidos, sacando al chico de su mala vida y alejándolo de las artes seductoras, y tal vez pedófilas, de una ex esposa mexicana y cabaretera. Mike inicia así el paso y la road movie, que es mejor a la vuelta que a la ida: la frontera se salva sin problemas, el muchacho acepta ir con él, los esbirros de la madre cabaretera les siguen, y entonces empieza de verdad la trama. La del  hombre viejo que amó a los caballos en los que ya no puede montarse, y la del adolescente medio-mexicano que, para dar más color local y mayor substancia, es poseedor y nunca se separa de un gallo de pelea, el Macho del título, que desempeña un papel convincente, siendo la fauna avícola tan híspida a la imagen fílmica.

 En su segunda parte, Cry Macho no hace llorar, aunque amenaza con hacerlo. Los personajes adquieren más colores, y Mike se auto-revela: hay ritornelos de su pasado esplendor domando la furia de los caballos salvajes, pero ese don, que ya no está en su mano ejercer, deja paso a sus otros saberes. Los saberes del hombre viejo. El hombre que, además del dominio de los caballos, puede curar las más variadas dolencias de los animales, y en especial las cabras, así como entender el lenguaje de signos de los sordomudos. Y ser también un hombre parco en palabras y recto. Un hombre justo. Hay, entre otras que llamaríamos educativas, una escena nocturna entre Mike y el joven mexicano que trae resonancias del Rio rojo de Hawks, con el dúo que en aquella obra maestra encarnaban John Wayne y Montgomery Clift. Hawks era un maestro del understatement, mientras que Clint Eastwood tiene un probado fondo sentimental, que disimula; bordea en más de un momento de Cry Macho las lágrimas, pero las contiene, y así nosotros evitamos las falacias patéticas.

Aprovechando las ocasiones y actos de recuerdo y homenaje a Fernando Fernán-Gómez por su centenario, volví a ver, en coincidencia con el estreno de Cry Macho, una de las mejores películas de aquel, El extraño viaje, un retrato de adultos retorcidos y malignos, aunque cultivados, en un poblacho cazurro de aspecto tranquilo. Se trata de una farsa muy española, lo que no significa que estemos ante una españolada. Inspirada en un suceso (real) murciano, el llamado crimen de Mazarrón, si quisiéramos buscarle una región de origen habría que mirar más bien a Galicia, pues de allí proviene, gracias a la figura de su creador, el esperpento valleinclanesco. Fernán-Gómez no pretende esconder esa filiación o afinidad, pero tampoco se contenta con ella, por lo que lo galaico-esperpéntico se hace sainetesco e incluso astracanado en las escenas populares, en los colmados, en las verbenas, en los autobuses de línea y en el habla de sus moradores. Ahora bien, el poblacho tiene en un chaflán de su plaza mayor una buena casa, como se decía antiguamente (antes de que se prefiriera el barbarismo casoplón), con su fachada opaca y su interior fabulado y temido por los que nunca pueden franquearlo. El lugar de los tres hermanos, Ignacia, la mayor (Tota Alba) y los, digamos, pequeños, Paquita (Rafaela Aparicio) y Venancio (Jesús Franco.

Uno de los aciertos de este film singular dentro del cine español de su época (1964) es el carácter metafóricamente aniñado de su trío protagonista, unos seres de edad insondable. Ignacia tiene rasgos físicos de señora mayor (lo era entonces esta gran actriz, nacida en Argentina y fallecida en 1983), ejerciendo su mayorazgo de manera cruel y caprichosa. A su lado, la Paquita de Rafaela Aparicio, cuyo volumen corpóreo y su invariable vocecilla hacen difícil calcularle la edad sin ir a los diccionarios, y Jesús Franco, que atipla la voz y viste como un polichinela oriental (¿un eunuco sin harem?) pero tenía cuando se rodó la película tan solo 33 años. Jesús, Jess Franck para sus incondicionales, cambió poco de físico en las siguientes décadas, como si su corsaria manera de dirigir películas por docenas o ristras le hubiera dado el elixir de una eterna y traviesa juventud. Su creación timorata de Venancio es memorable, representando él, junto a la divertida ramplonería de Paquita y la procacidad mandona de Ignacia, el verdadero lugar de los juegos prohibidos. Son viejos sin serlo, o viejos que aspiran a serlo, en el marco de una casa encantada y con la mezcla macabra del alcohol y el crimen gratuito.

¿Una rareza, El extraño viaje? Yo pienso que, lejos de serlo en la filmografía tan desigual de Fernán-Gómez, aquella fue una obra de ambiciosa exploración quebrada por la brutalidad de la censura, su mala carrera comercial y su propia condición de flor mefítica y anómala. La seguiría cultivando intermitentemente el gran actor y director en el teatro, en el cine y en su genial manera de ser y escribir hasta el fin de su larga vida. La de un viejo sabio.

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Vicente Molina Foix

 Vicente Molina Foix nació en Elche y estudió Filosofía en Madrid. Residió ocho años en Inglaterra, donde se graduó en Historia del Arte por la Universidad de Londres y fue tres años profesor de literatura española en la de Oxford. Autor dramático, crítico y director de cine (su primera película Sagitario se estrenó en 2001, la segunda, El dios de madera, en el verano de 2010), su labor literaria se ha desarrollado principalmente -desde su inclusión en la histórica antología de Castellet Nueve novísimos poetas españoles- en el campo de la novela. Sus principales publicaciones narrativas son: Museo provincial de los horrores, Busto (Premio Barral 1973), La comunión de los atletas, Los padres viudos (Premio Azorín 1983), La Quincena Soviética (Premio Herralde 1988), La misa de Baroja, La mujer sin cabeza, El vampiro de la calle Méjico (Premio Alfonso García Ramos 2002) y El abrecartas (Premio Salambó y Premio Nacional de Literatura [Narrativa], 2007);. en  2009 publica una colección de relatos, Con tal de no morir (Anagrama), El hombre que vendió su propia cama (Anagrama, 2011) y en 2014, junto a Luis Cremades, El invitado amargo (Anagrama), Enemigos de los real (Galaxia Gutenberg, 2016), El joven sin alma. Novela romántica (Anagrama, 2017), Kubrick en casa (Anagrama, 2019). Su más reciente libro es Las hermanas Gourmet (Anagrama 2021) . La Fundación José Manuel Lara ha publicado en 2013 su obra poética completa, que va desde 1967 a 2012, La musa furtiva.  Cabe también destacar muy especialmente sus espléndidas traducciones de las piezas de Shakespeare Hamlet, El rey Lear y El mercader de Venecia; sus dos volúmenes memorialísticos El novio del cine y El cine de las sábanas húmedas, sus reseñas de películas reunidas en El cine estilográfico y su ensayo-antología Tintoretto y los escritores (Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg). Foto: Asís G. Ayerbe

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