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Los números imaginarios

Por 24 de diciembre de 2012 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Vicente Molina Foix

Antes de ser una obra teatral estrenada a finales del año 2006, y antes de ser adaptada al cine por François Ozon en 2012, ‘El chico de la última fila’ se llamaba, mientras la escribía Juan Mayorga, ‘Los números imaginarios’, un título infinitamente más hermoso que el que le ha puesto Ozon a su película y más sugerente para mí que el que Mayorga le dio a su pieza antes del estreno en un teatro del ‘off Madrid’. Mayorga es matemático de formación y ejerció la enseñanza de esa disciplina, pero no seré yo quien se adentre en las pistas autobiográficas; lo que me interesa es resaltar unas palabras que el autor escribió para la edición de su comedia: "Los números imaginarios -raíz cuadrada de menos uno: sólo pensar en ella me da vértigo- son un maravilloso delirio de esa forma de poesía llamada Matemáticas. No son reales, pero se les puede sumar, y multiplicar, ¡y dibujar! No son reales, pero resuelven problemas de este mundo. Se parecen a esos seres ficticios -Ana Karenina o los Karamazov, el Hombre del Saco o el Flautista de Hamelin- que no existen y, sin embargo, son menos frágiles que usted y que yo. La vida suele ser más frágil que las ficciones con que la sostenemos".
Al ver en París en 2009 el montaje que hizo Jorge Lavelli, Ozon compró los derechos de ‘El chico de la última fila’, escribió él mismo el guión y la convirtió en ‘Dans la maison’, ‘En la casa’, adaptación en gran medida muy fiel al original y libre en algún punto de relieve, que comentaremos. El resultado cinematográfico, lo único importante en la traición obligatoria que supone toda traslación de un medio a otro, es estupendo. ‘En la casa’, después de un arranque al que -según los principios de mi educación fílmica ‘behaviorista’- le sobra la aceleración de fotogramas, cuenta con una trepidante velocidad de relato las peripecias, a veces intrincadas, del texto escénico de Mayorga; Ozon lo sigue en muchos momentos al pie de la letra, aunque sea la suya una caligrafía francesa que se permite guiños deliciosos, como el mantenimiento de una nomenclatura hispanisante y levemente falsa en los protagonistas, sobre todo esos tres miembros de la familia observada, aquí llamados los Rapha, en correspondencia al nombre que el muchacho algo lerdo y su progenitor algo burdo tenían en la obra de teatro, Rafa (Rafa hijo y Rafa padre).
Ozon, un director a quien sigo desde sus comienzos como cortometrajista, es, como todos los autores prolíficos, muy desigual. Ha hecho películas excelentes (yo citaría su mediometraje de 1996 ‘Regarde la mer’, y los largos ‘Les amants criminels’, ‘Bajo la arena’, ‘Swimming Pool’ y el más reciente ‘Mi refugio’), y ejercicios de estilo a mi juicio totalmente fallidos, sobre todo en el género de la comedia grotesca. Sin embargo, la comedia es un molde que le conviene, y le ha dado, cuando hace drama, la virtud de la precisión. En un principio, su humor era más expresionista y acre, al modo de Fassbinder, una influencia directa en su filmografía de los años 1990; últimamente su ironía vuelve a raíces francesas clásicas, un clasicismo que iría desde Marivaux hasta Resnais, el gran Resnais de, por citar un título, ‘Les herbes folles’, estrenada en España tardíamente con el título de ‘Las malas hierbas’.
‘En la casa’ no es una comedia, sino una tragedia ribeteada de humor, y en eso el cineasta también sigue al dramaturgo español. Todos los dispositivos ilusionistas, los desvíos narrativos, las entradas en el espejo del que no siempre se sale a la realidad, están en el riquísimo texto de Mayorga, que asimismo planteaba las nociones que más le han fascinado a Ozon: la figura del narrador como retratista entrometido, el acto de la creación en tanto que abuso de las intimidades y los lugares ajenos, la suprema compensación ‘moral’ de buscar, formalizar y revelar lo escondido, lo negado, lo temido. Y así la ecuación de Mayorga, abstracta pero llena de sumas concretas, le sirve a Ozon, dotado del arma incisiva que supone la cámara de cine, para observar y rasgar muy patentemente el tejido de la fantasmagoría.
La fábula sufre, como decíamos, algún cambio en la pantalla. La expansión de los espacios dramáticos está bien hecha, por ejemplo en las escenas de la galería de arte de Jeanne/Juana, con el brillante añadido de las dos gemelas desconfiadas, que no aparecían en la función. Otras soluciones puramente ‘ozonianas’ son quizá veleidosas: no creo que la sugerencia homosexual del beso inesperado de Rapha hijo a Claude dé más enjundia a la relación, ni el mostrar a Claude y a Jeanne en la cama, una cama real o imaginaria, claro está, resulta, a esas alturas de la película, un sendero apetecible. ‘En la casa’ y ‘El chico de la última fila’ tratan de la pérdida, es decir, del perderse continuo que es la ficción, o los sueños, o las imágenes nacidas de la pulsión del deseo, pero la trama densa de Mayorga ya contiene los suficientes signos de bifurcación del sentido para que el espectador, atendiéndolos o siguiéndolos en sentido contrario al aparente, refutándolos, enriqueciéndolos, sea, también él, a su manera, un supremo hacedor ficticio.
El sabio hombre de cine que es Ozon, después de embarullar un tanto los treinta minutos últimos, termina ‘En la casa’ con un hallazgo de enorme elocuencia y belleza. Derrotados por su conspiración imaginaria, o vencedores, quién sabe, de la batalla de la audaz mentira contra la estrecha verdad, Germain y Claude acaban solos ante la casa de las historias, conscientes de su poder, levemente culpables de sus estropicios, y en cualquier caso golosos del descubrimiento de haber entrado, al principio por un mero guarismo irracional, en un mundo del que nunca podrán escapar.

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Vicente Molina Foix

 Vicente Molina Foix nació en Elche y estudió Filosofía en Madrid. Residió ocho años en Inglaterra, donde se graduó en Historia del Arte por la Universidad de Londres y fue tres años profesor de literatura española en la de Oxford. Autor dramático, crítico y director de cine (su primera película Sagitario se estrenó en 2001, la segunda, El dios de madera, en el verano de 2010), su labor literaria se ha desarrollado principalmente -desde su inclusión en la histórica antología de Castellet Nueve novísimos poetas españoles- en el campo de la novela. Sus principales publicaciones narrativas son: Museo provincial de los horrores, Busto (Premio Barral 1973), La comunión de los atletas, Los padres viudos (Premio Azorín 1983), La Quincena Soviética (Premio Herralde 1988), La misa de Baroja, La mujer sin cabeza, El vampiro de la calle Méjico (Premio Alfonso García Ramos 2002) y El abrecartas (Premio Salambó y Premio Nacional de Literatura [Narrativa], 2007);. en  2009 publica una colección de relatos, Con tal de no morir (Anagrama), El hombre que vendió su propia cama (Anagrama, 2011) y en 2014, junto a Luis Cremades, El invitado amargo (Anagrama), Enemigos de los real (Galaxia Gutenberg, 2016), El joven sin alma. Novela romántica (Anagrama, 2017), Kubrick en casa (Anagrama, 2019). Su más reciente libro es Las hermanas Gourmet (Anagrama 2021) . La Fundación José Manuel Lara ha publicado en 2013 su obra poética completa, que va desde 1967 a 2012, La musa furtiva.  Cabe también destacar muy especialmente sus espléndidas traducciones de las piezas de Shakespeare Hamlet, El rey Lear y El mercader de Venecia; sus dos volúmenes memorialísticos El novio del cine y El cine de las sábanas húmedas, sus reseñas de películas reunidas en El cine estilográfico y su ensayo-antología Tintoretto y los escritores (Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg). Foto: Asís G. Ayerbe

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