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La lección del maestro

Por 3 de mayo de 2016 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Vicente Molina Foix

Imagino una fantasía trepidante, situada en torno a 1914. Marcel Proust, un escritor maduro con sólo un par de libros publicados pero ya una notable reputación, pide y obtiene de Henry James, que está en lo más alto de su trayectoria, el tiempo de una larga entrevista de siete días para hablar de cómo el Maestro ha ideado y compuesto su vasta obra, comentándola minuciosamente el más joven, que parece sabérsela de memoria, con el más viejo, halagado por momentos, sarcástico otras veces, y locuaz siempre. Aunque Proust sabe inglés, al menos el suficiente para traducirlo, prefiere que en esas sesiones de conversación con James registrada mecánicamente cada interlocutor hable en su lengua natal, sirviéndose a tal efecto de una traductora simultánea y bilingüe. El resultado de tales encuentros, transcrito con ayuda externa por Proust y revisado por James, sale en un volumen de más de cuatrocientas páginas y en poco tiempo se convierte en un clásico de un género inédito, que quizá se inspiró en las Conversaciones con Goethe de Johann Peter Eckermann, trascendiéndolas por la poca atención que presta al dato biográfico y su concentrada insistencia en al arte que ambos practican en lenguas distintas y enfoques divergentes.

 

     El encuentro James/Proust desgraciadamente no tuvo lugar, pero hubo más de cincuenta años después de mi irrealizada fantasía un equivalente glorioso, El cine según Hitchcock, un libro concebido y firmado por François Truffaut que cientos de miles de personas han leído con deslumbramiento y diversión, con curiosidad y provecho; una obra que rara vez ha estado sin existencias en las librerías y que ahora, a la vez que Alianza Editorial la reedita bellamente, depara el regalo simultáneo del documental Hitchcock/Truffaut, dirigido por el norteamericano Kent Jones en colaboración con el crítico y director de la Cinémathèque Française Serge Toubiana, en funciones de co-guionista. Es una película absorbente de principio a fin, en la que las intervenciones de apoyo de un selecto número de cineastas internacionales no es lo mejor, sin sobrar; lo que nos fascina es ver, gracias a las bobinas de imagen y sonido conservadas de los días de agosto de 1962 en que ambos directores hablaron frente a frente en Hollywood, la cocina y los tiempos muertos de un acontecimiento que llegaría a ser, como le vaticinó el francés a su amiga y cómplice del libro Helen Scott, "una obra muy precisa sobre la fabricación intelectual, cerebral, pero también manual y material de los films". De los films del maestro.

     La estructura y las intenciones de El cine según Hitchcock  fueron expuestas por Truffaut en una memorable carta de junio de 1962 en la que, lamentando que tanto en Europa como en Nueva York hubiera una idea superficial del trabajo del británico de nacimiento, el antiguo crítico de Cahiers du Cinéma se postulaba como exégeta hitchcockiano una vez que, habiendo ya empezado él mismo a dirigir cine, "mi admiración por usted no se ha debilitado, por el contrario, se ha acrecentado y modificado". En su carta de aceptación, que Truffaut copia con orgullo a su amiga Helen, desconfiada de que una estrella de la magnitud de ‘Hitch’ respondiera a esa solicitud, el autor de Los pájaros no sólo le da su asentimiento sino que, "con lágrimas en los ojos", se declara agradecido por el tributo que el ya autor de obras magistrales como Los cuatrocientos golpes y Jules et Jim le rinde.

    En el documental de Jones no hay llantos, sino que predomina el buen humor, especialmente el de Hitchcok; a Truffaut se le observa preocupado de que todo esté saliendo bien, y esperando a veces con ansiedad la traducción de Helen Scott de lo que acaba de decirle su dialogante. Es escabroso el modo en que éste le confiesa las intimidades de Kim Novak en Vértigo y de Janet Leigh en la ducha de Psicosis, desnudas ambas ante la cámara por exigencias del guión pero manteniendo las bragas puestas en todo momento, cosa que el director revela con más picardía que lamento. En otro pasaje de extraordinaria elocuencia, Hitchcock le confiesa a Truffaut que su cine busca "las emociones en masa", cosa que sin duda logró sobradamente en su carrera. Leyendo, en conexión con El cine según Hitchcock, la apasionante correspondencia de Truffaut que recogió y anotó Gilles Jacob en 1988, destaca una carta a Helen Scott en que, después de haber visto Los pájaros, que tuvo una acogida inicial más bien tibia en la propia Universal, el director francés parece compartirla, y responder por persona interpuesta al dictum hitchcockiano de las "emociones en masa" basadas en el suspense, cuando escribe que "en esa película la intriga es del tal modo un pretexto para hacer que la gente tenga paciencia entre cada uno de los ataques [de las aves], que hay una desproporción entre la parte psicológica y la parte espectacular".

    En el documental, que ningún admirador de ambos directores puede perderse, destaca sobremanera la voz de Hitchcock. Ya la conocíamos, naturalmente, por las presentaciones en vivo de la serie de sus mediometrajes de terror Alfred Hitchcock Presents, pero aquí, en más distendida situación, el metal de su enunciación sigue siendo solemne, con una solemnidad que contiene siempre el tañido de la ironía. Junto a ella, también escuchamos con gusto las de Martin Scorsese, refinado comentarista del maestro, y algunas de las cosas expresadas por los franceses Olivier Assayas y Arnaud Desplechin, llenas de inteligencia, aunque sin la sabiduría seminal de Truffaut. Lo que dice Paul Schrader no va a ninguna parte, y las respuestas de James Gray, Richard Linklater y Wes Anderson sólo interesan en tanto que ellos mismos nos interesen como cineastas; sobre Hitchcock no aportan nada. Y es que el autor de El hombre que sabía demasiado es demasiado grande y demasiado sutil como para dejarse condensar en fórmulas trilladas de elogio.

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Vicente Molina Foix

 Vicente Molina Foix nació en Elche y estudió Filosofía en Madrid. Residió ocho años en Inglaterra, donde se graduó en Historia del Arte por la Universidad de Londres y fue tres años profesor de literatura española en la de Oxford. Autor dramático, crítico y director de cine (su primera película Sagitario se estrenó en 2001, la segunda, El dios de madera, en el verano de 2010), su labor literaria se ha desarrollado principalmente -desde su inclusión en la histórica antología de Castellet Nueve novísimos poetas españoles- en el campo de la novela. Sus principales publicaciones narrativas son: Museo provincial de los horrores, Busto (Premio Barral 1973), La comunión de los atletas, Los padres viudos (Premio Azorín 1983), La Quincena Soviética (Premio Herralde 1988), La misa de Baroja, La mujer sin cabeza, El vampiro de la calle Méjico (Premio Alfonso García Ramos 2002) y El abrecartas (Premio Salambó y Premio Nacional de Literatura [Narrativa], 2007);. en  2009 publica una colección de relatos, Con tal de no morir (Anagrama), El hombre que vendió su propia cama (Anagrama, 2011) y en 2014, junto a Luis Cremades, El invitado amargo (Anagrama), Enemigos de los real (Galaxia Gutenberg, 2016), El joven sin alma. Novela romántica (Anagrama, 2017), Kubrick en casa (Anagrama, 2019). Su más reciente libro es Las hermanas Gourmet (Anagrama 2021) . La Fundación José Manuel Lara ha publicado en 2013 su obra poética completa, que va desde 1967 a 2012, La musa furtiva.  Cabe también destacar muy especialmente sus espléndidas traducciones de las piezas de Shakespeare Hamlet, El rey Lear y El mercader de Venecia; sus dos volúmenes memorialísticos El novio del cine y El cine de las sábanas húmedas, sus reseñas de películas reunidas en El cine estilográfico y su ensayo-antología Tintoretto y los escritores (Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg). Foto: Asís G. Ayerbe

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