Vicente Molina Foix
Muchos hombres fueron detrás de Caravaggio a lo largo del siglo XVII, aunque también le siguió una mujer, una gran pintora, Artemisia Gentileschi, hija de otro excelente artista, Orazio, que tuvo el privilegio de tratar de cerca en Roma al maestro, trasmitiéndole a Artemisia las enseñanzas del dramático frenesí y el naturalismo descarnado que son la marca del nacido como Michelangelo Merisi, y llamado, por el pueblo de origen de sus padres, Caravaggio. Ni Orazio ni Artemisia figuran, naturalmente, en la deslumbrante, imprescindible exposición del museo Thyssen-Bornemisza de Madrid (abierta hasta el 18 de septiembre), porque su comisario ha tenido la buena idea de agrupar, al lado de una magnífica docena de telas de Caravaggio, a aquellos que se conoce en la historia del arte como "caravaggistas del Norte", procedentes en su mayoría de Holanda (y muy concretamente de Utrecht), de Bélgica, Alemania y Francia. Queda pues sin explorar en esta ocasión la rama sur, en la que, junto a los Gentileschi y otros notables pintores italianos encontraríamos a Georges de La Tour, recientemente homenajeado en el Prado, y al valenciano Ribera, sin duda el más genial de todos.
En las paredes del Thyssen, que cuenta en su colección permanente con al menos cuatro de los mejores cuadros ahora reunidos, asistimos al nacimiento de un ‘ismo’ del siglo XVII, después muy extendido y perdurable, ya como manera tardía, hasta finales del XVIII (por ejemplo en la obra del extraordinario pintor inglés Joseph Wright de Derby). La parte esencial de estos pintores del Norte aquí seleccionados se concentra en torno a los nombres de los artistas de Utrecht, Hendrick ter Brugghen, Dirck van Baburen y sobre todo Gerard von Honthorst, a quien en Italia, donde residió, le llamaban "Gerardo delle Notti", por su preferencia en las sombrías iluminaciones nocturnas. Suya es la obra quizá más fascinante de estos discípulos de Caravaggio, la llamada ‘Alegre compañía con tañedor de laúd’, que llega a Madrid desde la galería de los Uffizi de Florencia. Se trata de un cuadro tan festivo como inquietante, pues presenta a un grupo de hombres y mujeres jóvenes bebiendo, sonriendo y celebrando una fiesta, mientras que en el extremo superior derecho del lienzo vemos una ceremonia difícil de descifrar, pues hay un hombre que se deja meter un alimento en su boca ante la risa de una anciana pícara; las interpretaciones que se le dan a esta pieza magistral de Gerardo delle Notti varían, aunque la más sensata apunta a la representación de un acto de gula en un contexto de placeres.
Destaca también por su calidad pictórica otro cuadro del contingente holandés, ‘Esaú vendiendo su primogenitura’, obra de Ter Brugghen con una originalísima colocación de miradas y luces indirectas. Sin olvidar, en este conglomerado de europeos unidos por la impronta de Caravaggio, a dos magníficos franceses, Nicolás Regnier, autor de un doble autorretrato muy llamativo, y Valentin de Boulogne y su ‘David con la cabeza de Goliat’, en el que este pintor nacido en Coulommiers y establecido hasta su muerte en Roma da a un tema muy del maestro un sesgo psicológico propio en la figura de David, que parece un héroe romántico o, si lo miramos con ojos de hoy, un rebelde indignado a pecho descubierto.