
Vicente Molina Foix
La novela no existiría sin Cervantes, ni habría dado el salto de sentido desde el personaje a la voz sin Proust. Pero hay un tercer nombre constitucional, el de Henry James. Otros lectores, y otros escritores, se basan más en Balzac y Dickens, en Kafka y Faulkner, en Joyce y Musil, en Flaubert y Nabokov, incluso en Tolstoi o Dostoyevski. Ninguno de estos genios es superfluo, naturalmente, aunque, para mí, el edificio del relato moderno lo sostiene, por calidad de diseño y riqueza de materiales, James. No existe que yo sepa otro novelista en la historia del género que simultanee su amplitud de campo, su pincelada verbal, su poder de fábula, su sabiduría social abierta y solapada con el interior de la conciencia, su aliento en la animación de los caracteres, que no pocas veces sopla desde el más allá.
James no nos deja en paz. Es un maestro severo y recurrente, que desde que yo tengo uso de razón ha pasado por todos los estadios de la teodicea literaria: la adoración, la indiferencia sectaria, la incredulidad, el cielo de los pocos, el limbo de la mayoría. Su religión podrá parecer remota o demasiado exigente, pero nunca se ha dejado de practicar. Yo, que no creo en los dioses, le auguro una vida eterna.
De ahí el entusiasmo que sentí cuando dos jóvenes y estupendos escritores, Andrés Barba y Javier Montes, tuvieron la brillante idea de hacer un libro ‘After James’ y la amabilidad de ofrecerme ser uno de los siete autores de esta postrimería que la editorial 451 acogió desde el principio y ahora ha editado con gran empaque. Como ellos mismos explican en el prólogo, se trataba no de enmendar la plana al maestro ni terminar ninguna obra inacabada por él; era más bien tomar -con la modestia y la ‘hubris’ debidas a la ocasión- el relevo de una carrera que James nunca llegó a emprender pero para la cual, como migas de un banquete suspendido por la desgana o la muerte, dejó en el camino pequeños signos o guías. En las justas palabras de Barba y Montes, "quien escribió excelentes cuentos de fantasmas dejó también en sus cuadernos muchos fantasmas de cuentos". Juan Villoro, Margo Glantz, Soledad Puértolas, Colm Tóibín y yo mismo, junto a los compiladores y ocasionales traductores (de las propias notas de James y del cuento de Tóibín), lo hemos llevado a cabo, y no seré yo quien reseñe aquí un libro que, al margen de mi propia fantasmagoría ‘jamesiana’, he leído con un intenso placer.
Ninguno de los siete ha hecho, creo yo, de albacea ni de ‘pasticheur’, tareas imposibles sin incurrir en delito o en astracanada. En mi caso, y después de haber pasado dos años y medio absorbido por Henry James a través de la lectura ordenada de sus cuentos completos (en la edición canónica en doce volúmenes al cuidado de Leon Edel), quisiera creer que alguna exhalación, aunque fuese mínima, de sus fantasmas ha llegado a ‘Los otros labios’, un cuento largo que situé -como narrador extranjero que vivió allí nueve años y allí sigue volviendo regularmente- en un Londres de hoy, del mismo modo en que el autor anglo-americano localizaba tantas de sus historias en París, Roma o a bordo de una nave trasatlántica. También he incluido en la trama, puesto que hablamos de aparecidos y de resucitados, el rostro impreciso de Shakespeare en un cuadro sobre el que disputan los eruditos y ante el que se enamoran Josephine y Colston, los protagonistas de ‘Los otros labios’.
Acabo estas líneas en clave de intendencia editorial y propaganda del dios. Los doce volúmenes citados de los cuentos de James ocupan cerca de 5000 páginas, de las que yo creo, a ojo de buen cubero, que se han traducido al español o siguen vigentes a lo sumo un 20 por ciento. Las obras maestras poco o nada conocidas son muy numerosas en ese conjunto. ¿Nadie quiere seguir difundiendo, en este caso con su propia voz, la estela del mejor novelista de todos los tiempos?