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Gracq sin coturno

Por 11 de febrero de 2013 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Vicente Molina Foix

Capitulares. Julien
Gracq. Traducción de María Teresa Gallego Urrutia. Días contados, Barcelona
2012. 175 páginas

Se trasluce en ‘Capitulares’ que a Julien Gracq le gusta el juego de las tipologías de escritores; en uno de los más ingeniosos los separa en miopes y présbitas, siendo los primeros, entre los que sitúa a Huysmans, a Colette y a Proust, "aquéllos en quienes incluso los objetos menudos que están en primer plano salen con nitidez a veces milagrosa […] pero en los que falta cualquier lejanía". Frente a ellos, sufriendo de presbicia, "los que no saben captar más que los movimientos de envergadura de un paisaje", Tolstoi o Chateaubriand, por ejemplo. En otra división no menos ocurrente distingue a "los que se levantan por la mañana y echan a andar sin más, sin calzarse (Diderot, Stendhal) y los que, incluso sin darse cuenta, se atan los coturnos como en un movimiento reflejo (Hugo, Claudel)". Gracq nunca se incluye, naturalmente, en esas ligas literarias, tan afrancesadas, pero da pistas para que sus lectores lo hagamos por él; la cadencia de su pisada no es griega, y hay en la propia lengua francesa muchos con más dioptrías. Pese a ello tampoco le pondría yo en la categoría que él mismo parece indicar como la más equilibrada: "Pocos son los escritores que dejan constancia con la pluma en la mano de una visión absolutamente normal".
La ‘anormalidad’ expresiva de Gracq ha dado algunas de las más grandes novelas del siglo XX, pero en ‘Capitulares’ (‘Lettrines’ en el original, editado por Días Contados, Barcelona, 2013) el prodigioso estilista se muestra a sí mismo en el taller, con el coturno aflojado en caso de llevarlo, y compensando la ausencia de la ficción con el regalo del pensamiento y, no pocas veces, de la malicia. Compuesto de las entradas hechas regularmente en unos cuadernos escolares de tapas negras a partir de 1954, seleccionadas por el propio autor para su publicación en 1967, este primer tomo de ‘Capitulares’ (el segundo, que compendia lo escrito entre 1966 y 1973, seguirá dentro de un año, anuncia el editor) huye del aforismo y la máxima moral, tan acreditada en la tradición gala, buscando más el módulo del diario de libre invención, en el que tanto caben el retrato, la nota de lectura, el apunte polémico, como la evocación del paisaje o el hecho ocasional; con uno de ellos, la visita al Museo del Oro de Bogotá, empieza el libro de modo deslumbrante, fascinado el viajero con las lamas del metal en su balbuceo previo a la conversión en rica joya: "aquí sorprendemos el oro antes del toque de la varita mágica, cuando no era aún sino un pecado venial de la metalurgia".
Los amores y el desdén (por la ciudad de Lyon, por el poeta Louis Aragon) también figuran, como no podía ser menos; el amor a Julio Verne, entreverado con la nostalgia del descubrimiento infantil de sus novelas (a las que confiesa volver a menudo en la edad adulta) y con Nantes, ciudad natal del autor de ‘Las aventuras del capitán Hatteras’, que Gracq destaca como su obra maestra, disculpando las chapuzas del gran novelista de aventuras como los asomos inevitables de un "primitivo". Son penetrantes los pasajes sobre las gloriosas ocultaciones de la literatura (páginas 134-135), sobre Hemingway, sobre "el buen humor feroz" de Marx en una admirativa relectura de ‘La lucha de clases en Francia’ y ‘El 18 brumario de Luis Bonaparte’, y, de modo incitador, la alusión a la "extraña carencia de argamasa" que ve como la laguna más aparente o el atractivo más peculiar de la prosa de Flaubert: "entre los bloques angulosos de sus párrafos la uña se topa con el vacío: no hay cemento en los intersticios, no se ha dado una segunda lechada" (página 74; cito siempre por la excelente traducción de María Teresa Gallego Urrutia). Como retratista, Gracq sabe ser sublime y picante en la memorable semblanza de la actriz Marguerite Jamois, cuyas álgidas relaciones con el teatro eran "no las del virtuoso con el instrumento, sino más bien las de una buscona con la cama".
Abundan en el libro, y son todos de una alta calidad, los cuadros paisajistas, enaltecidos siempre los fundamentos del geógrafo profesional que era Gracq por la hermosa palabra lírica. Las ciudades bretonas, los campos de Verdún, las aldeas y los castillos, adquieren, bajo su mirada, un grosor más de relato que de estampa. A España le dedica dos substanciosas tiradas, que están entre lo más agudo de ‘Capitulares’, hablando desde luego de un país más negro que el de ahora, en el que los pueblos castellanos tenían, antes de la burbuja, "la tierra desnuda como una piel sarnosa, como si a la tierra, al rascarla, acabasen de arrancarle una postilla". Y tiene Gracq un gusto radical y bastante irónico para la arquitectura patria: le gustan las verjas que todo lo acotan, los ladrillos color de sangre seca de las plazas de toros, "que no disfrazan en modo alguno sus deliciosos accesos de matadero", y le horripila el Escorial, "un cuartelillo de bomberos más grande de lo habitual".

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Vicente Molina Foix

 Vicente Molina Foix nació en Elche y estudió Filosofía en Madrid. Residió ocho años en Inglaterra, donde se graduó en Historia del Arte por la Universidad de Londres y fue tres años profesor de literatura española en la de Oxford. Autor dramático, crítico y director de cine (su primera película Sagitario se estrenó en 2001, la segunda, El dios de madera, en el verano de 2010), su labor literaria se ha desarrollado principalmente -desde su inclusión en la histórica antología de Castellet Nueve novísimos poetas españoles- en el campo de la novela. Sus principales publicaciones narrativas son: Museo provincial de los horrores, Busto (Premio Barral 1973), La comunión de los atletas, Los padres viudos (Premio Azorín 1983), La Quincena Soviética (Premio Herralde 1988), La misa de Baroja, La mujer sin cabeza, El vampiro de la calle Méjico (Premio Alfonso García Ramos 2002) y El abrecartas (Premio Salambó y Premio Nacional de Literatura [Narrativa], 2007);. en  2009 publica una colección de relatos, Con tal de no morir (Anagrama), El hombre que vendió su propia cama (Anagrama, 2011) y en 2014, junto a Luis Cremades, El invitado amargo (Anagrama), Enemigos de los real (Galaxia Gutenberg, 2016), El joven sin alma. Novela romántica (Anagrama, 2017), Kubrick en casa (Anagrama, 2019). Su más reciente libro es Las hermanas Gourmet (Anagrama 2021) . La Fundación José Manuel Lara ha publicado en 2013 su obra poética completa, que va desde 1967 a 2012, La musa furtiva.  Cabe también destacar muy especialmente sus espléndidas traducciones de las piezas de Shakespeare Hamlet, El rey Lear y El mercader de Venecia; sus dos volúmenes memorialísticos El novio del cine y El cine de las sábanas húmedas, sus reseñas de películas reunidas en El cine estilográfico y su ensayo-antología Tintoretto y los escritores (Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg). Foto: Asís G. Ayerbe

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