Vicente Molina Foix
Conocí a Germán Puig en un hermoso piso-estudio del Madrid de los Austrias un día muy caluroso de 1965, y ya entonces este cubano apuesto y elegante de treinta y tantos años era un gran fotógrafo, especializado en desnudos masculinos tan estilizados de luz y pose como rotundamente carnales. Me llevó a su estudio Terenci Moix, que le admiraba mucho, y en la conversación de una tarde memorable salieron a relucir, entre otros, los nombres de dos amigos íntimos de Puig, Néstor Almendros y Guillermo Cabrera Infante, entonces desconocidos en España; Néstor, al que yo había encontrado fugazmente ese mismo verano de 1965 en Barcelona, era un cinéfilo ‘amateur’ que sabía más de literatura que de cine, y Cabrera Infante no había publicado ‘Tres tristes tigres’.
Hoy, Germán ha germanizado un poco su nombre artístico y se hace llamar Herman Puig, quizá para honrar a uno de los fotógrafos históricos que más venera, el barón Von Gloeden. Octogenario pero muy vivaz, dotado de una gran memoria, Puig sigue activo en su refugio del Borne barcelonés, y ha pasado esta semana en Madrid, donde fue objeto de un homenaje en el Ateneo. Lo difícil en su caso es elegir, entre tantos, los motivos para señalar sus méritos como creador y animador cultural. Él se siente muy orgulloso de haber fundado con Ricardo Vigón el Cine-Club de La Habana, que sería luego el fermento de la Cinemateca de Cuba, para la que Puig contó con el apoyo decidido del legendario Henri Langlois, el padre de la Cinemateca de París y a través de ella de la ‘nouvelle vague’ francesa, a la que, por cierto, tanto contribuiría Néstor Almendros fotografiando algunas de las mejores películas de Truffaut y Rohmer.
Aunque en los primeros años 1950 Germán Puig realizó dos cortos (las imágenes del segundo e inacabado, ‘El visitante’, son fascinantes en su modernidad temática y formal), yo diría que su mejor película es su propia vida. Una vida en fuga permanente pero voluntaria, llevado por el impulso de ser libre y sentirse a gusto en su trabajo, que, sin ser exhaustivos, ha pasado por etapas de editor de libros de fotografía, adaptador para el cine de un cuento de Bioy Casares, actor y consejero artístico de la película ‘Golpe de suerte’ del poeta malagueño Manuel Altolaguirre, manteniendo siempre como elemento central la fotografía, y dentro de ella el retrato; son extraordinarios, por ejemplo, los muchos que ha tomado de su amiga Lucía Bosé. Elena Garro, la gran escritora mexicana y primera mujer de Octavio Paz, cuenta en un bello texto sobre Puig la frase que siempre le decía Néstor Almendros a su compatriota: "¡Germán, sienta cabeza!". Ni Germán, ni ahora Herman, le hicieron caso. Por suerte.