Vicente Molina Foix
Por encima de su obra fílmica, una de las más substanciales y creativas de la historia del cine, la gente, mucha gente, conoce a Hitchcock por su ego, que era efectivamente de considerable volumen. Grueso y grandioso, irónicamente redicho de voz, la vocación egocéntrica de este gran artista se mostraba a la menor ocasión: al presentar ampulosamente la serie televisiva de sus historias de miedo (372 episodios), en la infalible aparición personal, a veces recóndita, en cada uno de sus largometrajes, en el talento para venderse él junto a su producto, y en el mando férreo que ejercía sobre sus actores y su equipo artístico, aprovechando que el enorme éxito comercial de la mayor parte de sus títulos le daba carta blanca en Hollywood.
De todo eso y de otros particulares se ocupa la sugestiva y muy bien concebida exposición ‘Hitchcock, más allá del suspense’, comisariada por el cineasta y profesor Pablo Llorca y abierta en el espacio Fundación Telefónica de Madrid hasta el 15 de febrero del año próximo. Dividida en cinco secciones, el visitante tendrá ocasión de descubrir no pocos de los entresijos de la labor del cineasta americano nacido en Inglaterra: trucos del ilusionismo genial que hizo memorables tantas de sus películas, así como mementos, fragmentos, dibujos, carteles, ‘storyboards’ y un rico material colateral, como el trabajo de narración fotográfica que Hitchcock ideó, por encargo de la revista Life, para hacer cautelosos a los americanos en mitad de la segunda guerra mundial. Pero también hay suspense, y miedo para los miedosos, como en la estupenda recreación de la secuencia de la ducha de ‘Psicosis’, en la que, además de las imágenes y los componentes del baño donde se produjo el más famoso asesinato creado para la pantalla, podemos ver la escena tal como la concibió originalmente el director, sin ningún sonido externo, y a continuación con la conocida partitura de Bernard Herrmann, que supo convencer al Maestro de la necesidad de esa electrizante música que le escribió.
Puritano y monógamo, como buen alumno educado en el catolicismo más estricto, Hitchcock nunca traspasa en su cine los límites del recato, siendo a la vez inquietantemente libidinoso, algo que se refleja en el tercer apartado de la exposición, ‘Mujeres y Hombres’, donde podemos ver los cinco besos más tórridos de su obra. Besos que dan, entre otras actrices, sus tres iconos eróticos preferidos, Grace Kelly, Kim Novak, y Tippi Hedren; de esta última, a la que moduló a la vez que la torturaba, supo hacer, pese a sus limitaciones interpretativas, una heroína inolvidable.
Exigente, cuidadoso hasta extremos maniáticos en los vestuarios y los decorados de sus películas, este humorista de lo tenebroso fue uno de los formalistas más exquisitos que ha habido, sin dejar por ello de fascinar sensorialmente a todo tipo de espectadores. Su carrera empezó en el cine mudo británico y acabó en 1976 con ‘La trama’, que no está entre sus mejores títulos. La exposición, sin pretender abarcar los más de cincuenta años de actividad de este prolífico cineasta, consigue revelarnos sus obsesiones y resaltar su poderoso influjo en el arte, el cine y el pensamiento contemporáneo, en un arco muy amplio que alcanza desde los libros de los filósofos Eugenio Trías y Slavoj Zizek hasta la instalación del artista centroeuropeo Jeff Desolm que, a partir de ‘La ventana indiscreta’, cierra sorprendentemente el recorrido.