Vicente Molina Foix
(Entrevista a V.M.F. aparecida en ‘Cosmoperiódico’ con motivo de su participación el pasado fin de semana en el X Festival Internacional de Poesía de Córdoba)
– Presenta en Cosmopoética La Musa furtiva, una recopilación de toda su obra poética. ¿Se enfrentó a los poemas con cariño, con nostalgia o sin piedad?
Me enfrenté con curiosidad en primer lugar, puesto que abría cajones y carpetas que en algunos casos llevaban casi cuarenta años sin abrirse. Después vino la sorpresa, más que la nostalgia. Había más versos inéditos de los que yo recordaba; la musa tal vez fuese furtiva, pero también era prolífica. Una vez puesto a la tarea de releer, descifrar (todo estaba escrito a mano, y muy recargado de tachaduras,) seleccionar, descartar y pasar a limpio, procuré no dejarme arrastrar por la piedad, siempre peligrosa, ni por el afán de mejorar lo que el joven de los años 1960 o primeros 70 escribió. El libro tenía que hacer justicia al poeta en evolución, puesto que desde el momento en que se acordó su publicación en ‘Vandalia’ se trataba de una compilación general, no de una antología. Aun así, como es lógico, no incluí algunos poemas de distintas épocas, bien por no estar del todo acabados o por no gustarme lo suficiente.
– ¿Releer los versos que uno ha escrito en 45 años es como ver pasar la película su vida por delante de sus ojos?
Lo sentí más bien como un viaje de retorno a la adolescencia desde la edad madura, recuperando, con ayuda de la poesía, el tiempo perdido.
-Y qué película sería la de su vida?
Una película con final abierto. Son las que más me gustan como espectador de cine.
– Dice la profesora Candelas Gala en el prólogo de su libro que es usted "un poeta con los pies bien asentados en la realidad". Cosmopoética propone precisamente que la poesía se encuentre con la realidad. En estos tiempos difíciles, ¿qué papel ha de jugar la poesía?
Decía Isidore Ducasse, Conde de Lautréamont, en su único y enigmático libro de ‘Poesías’ en prosa, que hay una convención global establecida según la cual el escritor se considera a sí mismo un enfermo y acepta al lector como su enfermero. Así era antes. Las cosas han cambiado con la llegada de la Modernidad, que el Conde tanto hizo por adelantar. Para el autor de ‘Los cantos de Maldoror’, los papeles se han invertido arbitrariamente, y ahora "¡Es el poeta quien consuela a la humanidad!". No me gusta usar términos medicinales al hablar del arte y la literatura, pero creo que el consuelo, en su vertiente de compañía, refugio o guía, es lo más noble, lo más útil y lo más revelador que el poeta, como todo practicante de la ficción, puede ejercer sobre el mundo en que pululan sus lectores, esos seres -llamémosles así- reales.
– Su obra poética aparece intermitentemente entre su obra narrativa, teatral o cinematográfica que es más prolífica. ¿Uno pone más de sí mismo en la poesía que en el resto?
Sin duda. La poesía es el género del alma; no necesita la ingeniería de la peripecia, ni el andamio de los personajes, ni los espejismos de la trama. De ahí que yo haya sentido que ‘La musa furtiva’ es una especie de biografía literaria a través de los temperamentos del poeta: la ingenuidad, la irracionalidad, la travesura semántica, la sátira, la epístola moral, el sentimiento amoroso, el resentimiento amoroso, los caprichos de la carne, las sumisiones de la carne, la pesadumbre de la edad y el saber de la edad.
– A diferencia del resto de géneros que usted ha trabajado (novela, teatro, cine, crítica,…) la poesía la escribe a mano. ¿Es solo una cuestión de costumbre, de extensión o es que los versos se resisten a fluir en soporte digital?
Entré muy tardíamente en la era digital, y en mi caso el salto fue vertiginoso, pues pasé directamente de la estilográfica al procesador de textos. Pero como soy un sentimental, no he querido dejar a la escritura abandonada a la técnica. Así que diariamente me ensucio los dedos de tinta llevando un diario y escribiendo, cuando la Musa asoma, versos a mano. Y reivindico, sin obligar a nadie, la poesía como la última y más sublime manualidad en el tiempo de los aparatos.
– Ya participó el año pasado en el festival dentro del ciclo Novísimos, que reunió a la mayoría de los antologados por Castellet. ¿Con qué mirada contempla ahora este movimiento?
Los veo, a la mayoría de los siete que, junto a mí, siguen vivos, de cerca y con asiduidad, sobre todo a Félix de Azúa, Guillermo Carnero, Pere Gimferrer y Antonio Martínez Sarrión. Pero más que la cercanía física importa el espíritu del grupo, que se me sigue apareciendo, más de cuarenta años después de su primera forma, como un fantasma benéfico. Me sentí entonces muy bien acompañado y arropado, entre poetas que admiraba, y señalado honrosamente por el dedo de un demiurgo que fumaba en boquilla. Me abstengo, naturalmente, de hacer juicios de valor sobre mi intermitente aunque constante obra poética, y sobre los demás nombres de la antología, que dicen los manuales especializados que es histórica. Lo mejor del encuentro del año pasado en Córdoba fue comprobar que todos los Novísimos allí presentes, aumentados por nombres esenciales de la generación no incluidos en el libro de Castellet, seguíamos siendo, en edades provectas, fieles al entusiasmo de la literatura: discutir ardorosamente de poesía, hablar hasta las tantas de un solo verso imborrable, reconocer maestros comunes, añorar a los muertos prematuros y pensar que el futuro aún pertenece a los que ni siquiera han empezado a escribir pero van a hacerlo.