Vicente Molina Foix
Aunque el club de mi ciudad natal no ha empezado bien la liga, me voy a permitir un himno entre nostálgico y balompédico. Soy un ‘hincha’ histórico del Elche CF, y esto lo tengo que explicar. No se trata de que posea desde la niñez un carnet de socio, ni de que le haya seguido en sus triunfos y sus travesías del desierto, ni he formado yo parte de ninguna excursión de ‘tifosi’ que se desplazara en sus salidas. En ese sentido no soy un buen modelo de forofo del Elche, y tampoco voy a jactarme a estas alturas de ser siquiera un aficionado al fútbol. Se trata de otra cosa. Mi infancia y sobre todo mi adolescencia tuvieron la suerte de coincidir con las grandes temporadas del Elche, jugando naturalmente en primera división, y yo estaba ahí.
En esos años, y viviendo ya con mi familia en Alicante, mi plan perfecto de domingo era viajar en autobús a Elche el sábado por la tarde, quedarme a dormir en el legendario Hotel Comercio, propiedad de mi madrina de bautismo Rosa Román, y el domingo, después del preceptivo arroz con costra, ir al estadio de Altabix con mi padrino Sebastián Guirau, que era directivo del equipo. Me sabía entonces los nombres de todos los jugadores, jaleaba como el que más, y me fascinaba, en una época anterior a la extranjería turística, la idea de que en mi pueblo los ídolos de la afición eran un hondureño, Cardona, y dos paraguayos, Romero y, mi ídolo particular, Cayetano Ré. El cosmopolitismo se completaba con la presencia en el banquillo de un entrenador brasileño de nombre aún más fantástico, Otto Bumbel.
Una tarde de victoria en casa, mi padrino me presentó a Ré, y por algún lado debe de estar la foto de aquel niño con gafas y poca traza atlética que era yo posando junto al ariete.
En mi casa había un cierto caldo de cultivo futbolero. En Alicante, mi padre, por obligación profesional, iba a los partidos del Hércules, cuyo nombre de héroe grecolatino no dejaba de intrigar a ese mismo niño. Y luego estaba el Levante, el equipo de mis tíos y primos los Foix, que me llevaron alguna vez, de visita en Valencia, al campo. Mi tío Luis, el hermano de mi madre, fue vicepresidente del club. Pero yo he guardado siempre una fidelidad no ejecutiva a mi equipo del paraíso infantil, y en sus años oscuros seguía en los periódicos, con gran congoja, su puesto descendente en la tabla. Verle ahora de nuevo en primera supone para mí la vuelta a lo natural. Me siento rejuvenecer.