Vicente Molina Foix
Se entenderá por ello que celebre la tendencia editorial, nueva entre nosotros, a publicar de modo constante correspondencias; uno de los mejores libros del año pasado fue para mí el cruce de cartas entre Carmen Martín Gaite y Juan Benet (muy bellamente producido por Galaxia Gutenberg), y ahora mismo leo con placer el grueso volumen recién publicado por Edicions 62 con el carteo del gran Llorenç Villalonga y su más joven y persistente amigo Baltasar Porcel, que, pese a su título en catalán, ‘Les passions ocultes’, están en el 90% del total escritas en castellano.
Por las mismas razones, acudí con ilusión a la Biblioteca Nacional para ver lo que prometía ser un festín: 500 años de escritura de cartas, como dice el subtítulo de una exposición titulada, con cierta ordinariez, ‘Me alegraré que al recibo de ésta’. La decepción duele, pues se trata de una muestra diminuta y confusa, montada en un pasaje del Museo del Libro, en la planta sótano de la Biblioteca, y desprovista de catálogo o mero folleto explicativo. El visitante, si logra encontrarla y deslindarla del resto de contenidos del museo, encontrará cosas curiosas, como los manuales para enseñar a escribir cartas, y alguna rareza, no siempre bien articulada con el resto del material. La curiosidad chismosa, tan legítima cuando las cartas tienen historia o nombre, sostiene los pocos gozos de la exposición; una misiva de Valle Inclán a Azorín del año 1923, en la que destaca la letra vigorosa del gallego, con sus mayúsculas reforzadas, o el apelativo con el que Doña Emilia Pardo Bazán encabeza una de sus cartas amorosas a Don Benito Pérez Galdós: “mi ratón del alma”. La época contemporánea está muy mal reflejada, y sólo nos consuela (un poco) la carta en la que María Teresa León, escribiéndole desde Roma en 1969 a su amiga Olga Moliterno, después de exponerle ciertas cuitas familiares se queja de que Sarita Montiel, así la llama, aún no les ha pagado un libro y un dibujo de Rafael Alberti. No sabemos si la pobreza de esta exposición se debe al presente curso de los tiempos o al hecho de que la inveterada falta de atención a ese importante capítulo literario que son las cartas haya desprovisto a la primera biblioteca de España de un buen fondo del que tirar.