Vicente Luis Mora
Se van aprendiendo en la vida cosas poco a poco; hoy, que el yo puede autoafirmarse a través de los otros. Hablo de algo cósmico y profundo que late en estos versos de Ángel González:
Para que yo me llame Ángel González,
para que mi ser pese sobre el suelo,
fue necesario un ancho espacio
y un largo tiempo:
hombres de todo mar y toda tierra,
fértiles vientres de mujer, y cuerpos
y más cuerpos
y más cuerpos, fundiéndose incesantes
en otro cuerpo nuevo.
Tema que desarrollara, en términos muy parecidos, Cristina Peri Rossi, y que después tratase agudamente Miguel d’Ors:
y Aníbal y Cartago,
y la mujer sangrienta que jadea
pariendo en un brazado de helechos, y el hirsuto
pintor de renos y uros que cambia por seis hachas
medianas una hembra… y todo lo que tuvo
que suceder para que tú nacieras
desde que aquellas Manos amasaron
el limo primigenio.
En imagen que Racine condensara aún más:
El Cielo, todo el universo está lleno de mis antepasados.
Y que John MacPherson (1736-1796) expresara de este modo:
Mi alma está llena de otros tiempos.
Y aún dijo Víctor Hugo que su alma estaba “hecha de mil voces”, y el americano Patchen que era “cada hombre, y él está en mí”. Estos y otros versos pudo escribirlos Borges, que en decenas de ocasiones remonta un hecho a todos los acaecidos anteriormente, un hombre es todos los hombres y otras frases similares; pero su horror a la procreación posiblemente nos explican el motivo de esa ausencia. / Últimamente, Marina Perezagua ha querido que su relato “Un solo hombre solo” comience de este modo: “Cédric tiene treinta y cuatro años, pero el latido de su corazón joven es un latido ancestral porque, para que Cédric esté vivo, muchos tuvieron que sobrevivir antes que él. Situémonos, para comenzar, 32.000 años antes de nuestra era” (Leche, Los Libros del Lince, 2013). / Lo atávico, lo ancestral, lo telúrico, lo brutal y lo animalizado comparecen sin tapujos en este conjunto de relatos que mezcla lo sórdido con lo tierno y lo salvaje con lo afectivo, en un continuo tobogán por el que el lector se desliza cómodo y aterrado al mismo tiempo. Un brillante ejercicio de estilo con dos piezas majestuosas (“Little Boy” y “MioTauro”), numerosas prosas brillantes y sólo alguna –como es natural– con inferior voltaje. El cuerpo es protagonista constante de todos los relatos de Perezagua, sea el cuerpo femenino, masculino o incluso intersexual; un cuerpo que a veces procura calor humano pero en otras acusa las heridas de la sordidez y la crueldad. Ha sido una experiencia curiosa leer algunos de estos cuentos a continuación de los de la chino-estadounidense Yiyun Li, recogidos en Muchacho de oro, muchacha esmeralda (Galaxia Gutenberg, 2013), por algunos insospechados puntos de contacto (también los hay con Cristina Fernández Cubas, nada menos). / Si su libro anterior, Criaturas abisales, apuntaba una voz sugestiva e interesante, Leche nos presenta a una relatista compleja y madura. Angústiense con ella.