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El lesivo pensamiento incesante en Fernández Porta

Por 12 de abril de 2022 diciembre 7th, 2023 Sin comentarios

Sònia Hernández

Estoy entre las que quisieron negarse a creer o aceptar lo que estaba pasando. No era negacionismo, sino estupefacción y resistencia a aceptar las palabras que circulaban para describir lo que estaba sucediendo. También me resisto a leer algo de todo lo que se escribió entonces o sobre lo que pasaba entonces. Tal vez sea así porque yo sí suelo caer en ese reconocimiento o empatía (las famosas neuronas espejo) con lo que leo y que tanto parece rehuir Eloy Fernández Porta: «Contra las poéticas clásicas, que valoran la empatía con los personajes, siento que hay algo trivial y narcisista en identificarse con un ser de ficción: un doble error que conduce a malinterpretarse a uno mismo y a malentender las cuitas del protagonista». En este caso, no quería que nadie me impusiera una forma de interpretar la extraña primavera del 2020.

A pesar de todo lo dicho, y de mi tendencia a abusar de la empatía para que el reconocimiento me acerque al otro, no puedo afirmar que lo que me ha atado literalmente a Los brotes negros, publicado en la colección de Nuevos Cuadernos Anagrama, haya sido un ejemplo de identificación. Porque, precisamente, cada uno tenemos nuestros propios brotes negros, y aunque el organismo que los causa tenga una forma similar para todo el mundo, no la tiene esa energía que se manifiesta y nos desborda.

Durante la presentación de este libro en Barcelona, a cargo de Jordi Carrión, se dijo que esta es una narración beckettiana de un cuerpo que se ha vuelto síntoma. Un delirio. Una serie de embates que son pura energía que aspira a ser agujero negro, a dominar al sujeto hasta hacerle gritar con una fuerza desconocida, autolesionarse o postrarse en medio de una plaza de una gran ciudad hasta que, literalmente, le recoge una sintecho.

El libro está repleto de escenas de una gran crudeza en lo que es una exhibición casi obscena del dolor. La vergüenza de mostrar esa flaqueza fue otro de los temas tratados en la presentación, así como el avance de la escritura terapéutica al artefacto literario. La crudeza o el dolor desbordados a veces caben en frases simples: «Puede haber alguna forma de libertad que consiste en perder todas las facultades», la liberación que supone estar incapacitado para hacer nada; o «Dame una tregua, cabeza. Por favor». Especialmente conmovedor resulta la exhausta súplica de clemencia.

A Fernández Porta pertenecen la voz crítica y el discurso más brillantes de su generación. Eso no significa que sea el que más guste o el que más proyección ha tenido. Leyendo Los brotes negros es inevitable pensar que el precio que paga por ello es, tal vez, demasiado elevado. Varias de las frases lapidarias que sustentan el libro van en ese sentido. ¿Hasta qué punto determinados esfuerzos y sacrificios han valido la pena? En la generación a la que pertenece, ni el talento ni la brillantez han bastado para alejar la precariedad económica. Y ya no se trata, o no sólo, del mito de la bohemia. La constante crisis económica, provocada por estallidos de burbujas inmobiliarias (con la sombra perenne de la corrupción política) o por pandemias mundiales, o por transiciones incompletas, es otro de los marcos de significado de este rico aunque breve libro. ¿Cuál es la semilla de la que ha de salir el brote?

Sin tener que identificarse plenamente con el protagonista, las escenas de Los brotes negros –ensayo, novela, documento confesional– colocan al lector ante muchas preguntas. Al intentar enfrentarse a ellas, realmente se produce un movimiento que no necesariamente, por suerte, ha de ser un acompañamiento en su descenso abisal. Un performer, conferenciante y ensayista rutilante en horas bajas a quien confunden con un sintecho ante el prestigioso centro cultural donde solía dirigir congresos. ¿En qué sociedad puede ser esta escena una consecuencia del amor? ¿De verdad el amor podría evitarlo? ¿Qué se arrastra en cada pérdida?

Dos días después de la presentación del libro de Fernández Porta, en la misma ciudad, en un centro cultural cercano a la plaza donde se produjo uno de los peores brotes del autor, se inauguraba una exposición sobre el psiquiatra Francesc Tosquelles. De nuevo la salud mental y sus representaciones en un lugar bien visible. Fernández Porta tuiteó frases geniales del psiquiatra. La artista Mireia Sallarès, a partir de las investigaciones de Joana Masó, ha realizado un magnífico documental para ilustrar la trayectoria de Tosquelles. Allí, en relación con Lacan y entre otras muchas aportaciones interesantes, se habla sobre cómo asumimos la asignación social que se nos hace, es decir, cómo ocupamos el lugar que se nos asigna. ‘Camuflaje’ y ‘máscara’ son conceptos clave para comprender cómo se consigue tal ocupación.

Fernández Porta en Los brotes negros, en varias ocasiones se retrata vestido como un pordiosero, sin el camuflaje necesario para ser reconocido como el pensador y ensayista que es. A veces la farmacopea es un buen camuflaje, o pretende serlo. Pero ha brotado alguna verdad en forma de puritito síntoma. Síntoma de qué. Síntoma con semilla en dónde. En una de las escenas que cierran el documental de Sallarès sobre Tosquelles, aparece el psiquiatra asegurando que el verdadero origen del surrealismo está en Catalunya, en los payeses de Catalunya, puesto que no hay nada más absurdo y misterioso que el hecho de enterrar una semilla en la tierra y esperar a que brote algo. También dice que, como psiquiatra, su único trabajo era ayudar a la gente a que vieran quiénes eran realmente, no lo que querían ni lo que creían ser: realmente arriesgado, el ejercicio de observar detalladamente lo que puede brotar.

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Sònia Hernández

Sònia Hernández (Terrassa, Barcelona, 1976) es doctora en Filología Hispánica, periodista, escritora y gestora cultural. En poesía, ha publicado los poemarios La casa del mar (2006), Los nombres del tiempo (2010), La quietud de metal (2018) y Del tot inacabat (2018); en narrativa, los libros de relatos Los enfermos erróneos (2008), La propagación del silencio (2013) y Maneras de irse (2021) y las novelas La mujer de Rapallo (2010), Los Pissimboni (2015), El hombre que se creía Vicente Rojo (2017) y El lugar de la espera (2019).

En 2010 la revista Granta la incluyó en su selección de los mejores narradores jóvenes en español. Es miembro del GEXEL, Grupo de Estudios del Exilio Literario. Ha colaborado habitualmente en varias revistas y publicaciones, como Cultura|s, el suplemento literario de La Vanguardia, Ínsula, Cuadernos Hispanoamericanos o Letras Libres.

Foto: Edu Gisbert    

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