
Roberto Herrscher
“A mí, el barrio bajo, el bajo fondo, me inspira una gran curiosidad. Está allí el verdadero sentido primitivo de todas las ciudades. No hay nacionalismo profundo. Un barrio bajo es el principio de la idea internacionalista. Nadie es del país y todos lo son: rusos, montenegrinos, chinos, franceses, italianos, ingleses pueblan un barrio bajo y forman una república. Ninguno dice al otro: –¡Qué vienes a hacer en este país, sale meteque!”, se lee en la página 66 del libro de Francisco Madrid Sangre en Atarazanas.
Este párrafo es Paco Madrid en estado puro.
Francisco Madrid, el niño huérfano convertido en cronista de los rincones más oscuros de Barcelona y del alma humana, el cronista de las prostitutas y los criminales y los poetas bohemios. El inventor y descubridor del Barrio Chino, entre las Ramblas y las aduanas del puerto, que en su época de esplendor, hace cien años, se llamaban Atarazanas. El enamorado de las dos lenguas de su ciudad y de cada recoveco de sus calles empedradas, el exitoso dramaturgo y crítico de cine y teatro que en plena Guerra Civil tuvo que refugiarse en Argentina, donde escribió novelas de su añorada patria y guiones cinematográficos para artistas como la jovencísima Eva Duarte, después Evita Perón. Paco Madrid, que murió prematuramente apenas pasado el medio siglo de edad en 1952, y que dejó un fabuloso tesoro de crónicas y retratos de personajes tan potentes que hoy misma uno se los imagina deambulando por las callejuelas del Raval.
Entre los personajes que pinta con salvaje piedad está el señor Pedro, dueño de un prostíbulo respetable: “Tenía casi todo el pelo negro, unos bigotazos furibundos y un tórax peludo como una piel de león. El señor Pedro se pasaba la vida leyendo novelones que compraba en la feria de libros, bebiendo cañas y discutiendo con unos camaradas en el café de los italianos o regañando con las pupilas por si trabajaban poco y comían demasiado”.
Y también Teresa, la niña coqueta que traficaba con las pulsiones de los hombres pero tenía miedo de dejar su rincón gris y abrirse a la Rambla: “En su ‘país’ no la asustaban ni las recriminaciones de un guardia, ni el puñetazo de un cobrador de tranvías que la sorprendiera agarrada a la trasera de un coche, ni los bocinazos de los taxis que pasan por el Conde del Asalto; pero al llegar a las Ramblas, el timbre de un tranvía, la voz de un vendedor de periódicos, el cachazudo paso de un carretón de mano, la asustaban. Odiaba las calles anchas, transitadas por mucha gente, y su espíritu se habituaba a la pequeñez.”
Sangre en Atarazanas, que fue muy exitoso y contó con nueve ediciones en los años treinta, se lee hoy con fruición y suena a moderno, una creación entre el reportaje de investigación, el cuadro de costumbres y el alegato de denuncia de la sordidez y la hipocresía. Madrid transitó las calles mugrientas del barrio que él mismo bautizó como “Chino”, trabajó relación con prostitutas de medio mundo y sus chulos, usó sus meses en la cárcel por su militancia de izquierda para entrevistar allí a forajidos e infelices.
Enmarcado por una presentación precisa de Sergio Vila-Sanjuán y un epílogo de Juliá Guillamón, Sangre en Atarazanas presenta a las nuevas generaciones a un periodista literario único, hermano por ambientación y temas del Joan de Sagarra de Vida privada, primo del Josep Pla del Quadern gris en la delicadeza y sensibilidad de la mirada, amigo en el lúcido pesimismo ante la tragedia que se avecinaba a Manuel Chaves Nogales, igual en la minuciosidad de su recolección de voces y detalles para denunciar el crimen del gran cronista francés de su época Albert Londres.
En un trabajo de amor y erudición, Julià Guillamón rescató esta joya, cotejó versiones, le agregó crónicas procedentes de la misma revista El Escándalo, donde Madrid publicó originalmente estas viñetas, y entrevistó a la hija del escritor, quien le cedió fotos y documentos de su padre. Su epílogo cuenta y analiza, reivindica y hace justicia a la historia de este barcelonés de prosa exquisita y sabor popular.
(Publicado el 1 de agosto de 2020 en Cultura/s de La Vanguardia)